jueves, 30 de agosto de 2007

Alberto Demiddi

Generalmente cuando se habla de exitismo en el deporte, los argentinos nos sentimos tocados, porque es así, somos así. Tenemos esa imperiosa necesidad, tanto como hinchas o como simples espectadores, de que nuestros deportistas sean los mejores en todo. Es claro que si un compatriota nuestro no alcanza el máximo escalafón, sea cual sea la disciplina en la que participe, se lo tilda de fracasado sin rodeos y como mínima medida. El personaje del día de hoy es el caso inverso, puesto que él era el exitista, el resultadista. Porque él mismo se exigía y se autocastigaba. Un verdadero quisquillo adepto al duro concepto en el que si no se gana, nada sirve.


“Malishev picó en punta sorprendiendo al argentino, que tuvo una salida lenta. Quiere alcanzarlo como sea antes de los mil metros…pero no puede. Afloja un poco, para rearmarse y tratar de pasarlo al final. Momento del Sprint, de la culminación: Parece que lo alcanza, está cada vez mas cerca, pero lamentablemente suena la chicharra y señoras y señores se terminó el sueño argentino”, relataba, cuasi resignado y con su tonada de voz tan particular, José María Muñoz





Ni las medias rojas, ni la medallita de Rómulo y Remo amamantados por la loba, ni siquiera el descomunal esfuerzo que conllevaría una fatiga muscular alcanzaron porque salió segundo, porque no pudo batir al campeón mundial, porque Demiddi había ganado la medalla de plata, había logrado un segundo puesto en los Juegos Olímpicos de Munich 1972 y se convertía en uno de los únicos deportistas argentinos, junto a Humberto Selvetti, aunque más tarde se sumaría Carlos Espínola, en obtener preseas en distintos juegos, ya que había obtenido la de bronce en México 1968, pero el llanto se le tornó inevitable, insostenible. ¿Por qué? Porque él era así, porque para él salir segundo era perder, porque tenía esa personalidad mezcla de timidez, sensibilidad y solidaridad con un carácter fuerte, atrevido y hasta definido por él mismo como jodido.
Porque la “máquina”, como lo apodaban los rivales, siempre lograba los objetivos que se proponía y se había propuesto salir primero, ser el número uno, el mejor entre los mejores y se había decepcionado a él mismo. Porque durante el sonido de aquella aturdidora chicharra del final, Demiddi recordó todo el esfuerzo para llegar a Alemania, la lucha ante la adversidad, ante las desventajas de medios y posibilidades técnicas con las que debió enfrentarse, los dos meses de licencia que le había concedido la empresa en la que trabajaba, porque fue un deportista netamente amateur, que trabajó siempre. Por todo eso rompió en llanto, por eso las lágrimas, por eso la desazón y todo el dolor

A Demiddi no le costaba ningún deporte, ya que tenía esa garra, ése corazón tan característico de los argentinos, sumado a una fabulosa destreza natural que le permitió destacarse en cualquier deporte que realizaba. Fue un gran atleta y brilló, al igual que su padre, en la natación, tanto es así que se consagró campeón nacional de 400 metros libres en dos oportunidades cuando apenas promediaba los 18 años.

Nunca hubo un desquite contra Malishev. El ruso se quedó con aquella victoria y no corrió más contra él, ya que por esas épocas el retiro lo estaba apurando al argentino.
Finalmente dos años después de aquella competencia, la más frustrante de su basta carrera plagada de éxitos se retiró. Fue entrenador del Club Regatas La Marina y no sólo conquistó más de la mitad de los triunfos que el club posee en su haber hasta el momento sino que además siempre aportó la mayor cantidad de remeros a la selección nacional.

Pese a muchas ofertas, nunca aceptó ni quiso ser entrenador del seleccionado nacional, puesto que no sentía que los dirigentes hubieran hecho algún esfuerzo para que el remo fuera más allá de la simple participación en un torneo internacional.A los 56 años y tras una larga agonía falleció de cáncer, el 25 de Octubre del 2000. Alberto Demiddi fue campeón sudamericano, panamericano, europeo y mundial. Izó la bandera nacional con orgullo y desplegó su inigualable capacidad por todo el mundo. Desde el río Paraná hasta Porto Seguro, desde Saint Catherine hasta Hanley, desdeTokyo hasta las mismísimas aguas del Támesis.
Será recordado por siempre como el Capitán, el piloto, el maestre, el marinero y hasta como el único tripulante de su propio barco. No hay lugar a objeciones: arriba será como lo fue abajo, un luchador incansable que recorrerá una y mil veces las nubes subido a su bote para demostrar, fiel a su recio estilo, que tanto en la tierra, o mejor dicho en el agua, como en el cielo sigue siendo el número uno del remo mundial. O tal vez simplemente lo haga para encontrar a Malishev.

lunes, 13 de agosto de 2007

La maldición

Hasta la fecha había hecho posteos de distintos personajes, personajes que siempre fueron personas. Hoy vamos a tener un personaje algo diferente, ya que el protagonismo del día de hoy no está en una persona, ni en muchas, sino en una historia, una gran historia, casi una leyenda del fútbol nacional.


Maldición:

"Desgracia que se considera un castigo impuesto por una fuerza sobrenatural"
"Palabra que se dirige a alguien o a algo como manifestación de aversión o enojo y que traerá un deseo de que le venga algún daño".


"Dicho de una persona o un conjunto de personas que teniendo la autoridad o una relación sobre la persona u objeto, podrá o podrán desear el mal".

En fin, creyentes o no, acá va una historia maldita.






River y los 18 años sin títulos






"Que veinte años no es nada". Así afirmaba en su estribillo el famoso tango "Volver" de Carlos Gardel, pero cualquier hincha de River Plate, sí River Plate, uno de los clubes más grandes del fútbol argentino por historia, comprendió que 20 años, y en este caso 18, también son y mucho, ya que entre 1957 y 1975 el conjunto de Núñez no consiguió ningún campeonato. Fue durante aquellos años de sequía cuando se creó toda una leyenda futbolera, un verdadero mito: La maldición de los 18 años sin títulos.



Si de "Volver" hablamos habría que remontarse a 1975, cuando un Ángel, y no me refiero a un espíritu celeste criado por Dios, sino a Ángel Labruna, integrante de la recordada "máquina" de la década del 40 de River, quien sí con mucho espíritu, pero no celeste, más bien rojo y blanco llevó a River Plate, tras 18 años áridos de títulos, a lo más alto y así pudo "Volver", volver a ser campeón.



La historia de la "maldición" comienza luego del tricampeonato que River obtuvo en 1957, porque a partir de allí la mala suerte los seguiría durante largos años, a pesar de las buenas campañas.



En diciembre de 1962 se enfrentó por la penúltima fecha de un emotivo torneo ante el líder de la tabla y su eterno rival, Boca Juniors. El partido fue vibrante, ya que Boca abrió la cuenta con un gol de Paulo Valentim y dejaba así afuera de la lucha del campeonato a su archirrival, pero a cinco minutos del final, el árbitro, Nai Foino, cobró penal para River y el arquero "xeneize" Antonio Roma se adelantó y contuvo el disparo de Vladem Lázaro Ruiz Quevedo, o a secas Delem.



Las quejas por parte de los jugadores "blanquirrojos" no tardaron en llegar, pero Foino convalidó el penal y Boca se alzó como campeón en la fecha siguiente.



La seguidilla negativa se prolongó en 1965 y 1966, ya que en los torneso de ambos años quedó en la segunda posición, pero la desazón sería aún mayor, porque también perderían la final de la Copa Libertadores 1966 y cargarían con el mote de "gallinas", que los acompañó de allí en más, tras ir ganando 2-0 y perder por 4-2 frente a Peñarol de Uruguay.



En 1968 y 1969 se presentarían tres nuevas oportunidades para cortar la racha. La primera contra Vélez Sarsfield, en el Viejo Gasómetro, pero se frustró cuando el árbitro del partido, Guillermo Nimo, no cobró una mano clara del defensor de Vélez Luís Gallo, que impidió el gol de River, la segunda y la tercera fueron en las finales del Metropolitano y el Nacional 1969, aunque estas posibilidades se esfumaron rápido, ya que se vio superado, en forma amplia, por Chacarita Juniors en el Metro y por Boca en el Nacional, de modo que otra vez a "volver con la frente marchita".



En 1975, cinco años después de finalizar la década más negra de su historia, River Plate, cortaría la desesperante maldición, con la llegada de Ángel Labruna, y obtendría el título Metropolitano y el Nacional.



Don Ángel, como se lo conoce popularmente, cambió por completo la moral de un equipo decaído y se transformó en padre ejemplar de los jugadores que conformaban el plantel, entre los que se destacaban Ubaldo Fillol, Norberto Alonso, Roberto Perfumo, Reinaldo Carlos Merlo, Carlos Morete, Daniel Passarella y Juan José Lopez, entre otros.




River dominó el Metropolitano con gran facilidad en la primera rueda, pero en la segunda los fantasmas de la "maldición" aparecerían en el partido contra Independiente, cuando fuera expulsado y posteriormente sancionado por seis fecha el "Beto" Alonso, máxima figura del equipo, por agredir a un juez de línea. La ausencia de Alonso fue clave en el declive del equipo en las consiguientes fecha, pero frente a San Lorenzo regresó el ídolo en todo su esplendor y alejó, de manera temporaria, a los fantasmas, ya que convirtió dos goles que le dieron a River una victoria fundamental, esencial.




Cuando la coronación del equipo de Núñez era inminente, porque restaba solo una fecha ante Argentinos Juniors y River era puntero, se realizó una huelga en Futbolistas Agremiados y los jugadores profesionales no se presentarían. Argentinos siempre se caracterizó por tener una gran cantera y sacar jugadores juveniles- Maradona- muy poderosos. Otra vez los fantasmas, los miedos, la desesperación, el rigor...la maldición.




El partido fue muy parejo, demasiado. No obstante el juvenil Rubén Bruno sentenció el encuentro cuando metió un gol, ése gol, el gol, el del campeonato, el que cortó aquella racha, el del adiós maldición, el del título, el de River Campeón, el que afirmó que ahora ya no duele, que lo cante Gardel nomás.




Para Chona y Ale con afecto.






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