martes, 9 de octubre de 2007

Sergio Daniel Martínez Alzuri


Desde chico conté con una particularidad algo peculiar, porque además de ser amante del fútbol y porsupuesto del club del que soy hincha, siempre fui fanático de algún que otro jugador en especial.
Ahora, esto no resultaría para nada extravagante ni atípico, ya que es colectivo y usual simpatizar en mayor o menor dimensión por tal o cual jugador.
Sin embargo, y aquí lo particular, me incliné y, debo admitirlo, aún me inclino por los jugadores que alguna vez exhibieron un descollante y superlativo nivel, pero que con el tiempo no han logrado sustentarlo.
¿Por qué? Porque lo tomo como un pasatiempo, un divertimento extra que me posibilita el fútbol y cada domingo admiro, respaldo, aliento y sufro con ese contrariado jugador. En algunas oportunidades, las menos, cuando retoman el nivel dejo de seguirlos y comienzo, sin perder la simpatía por este, a focalizar en otro. Si el jugador no sólo reúne esta característica sino que además es portador de un buen apodo sin dudas, ni titubeos será uno de los elegidos. Y es que es así, no hay nada más gratificante que oír a un cronista enunciar, vocalizar y hasta deletrear un buen apodo, ese mote que tiene que ir si o si escoltado del apellido, tienen que complementarse, ser ideales y que cuando el player convierta y el estallido de gol sea inminente estés allí, expectante, a la espera de todo lo que pueda prolongarse el grito para permitirte escucharlo una vez mas y ésta vez todo de corrido: Apodo, nombre, segundo si lo hay, y apellido.
"Tiene que llenar la boca, atragantarla, que se lo pueda masticar, escupir..."Tiene que venir de abajo, carraspeado, desde el fondo mismo del esternón, tiene que llegar como un jadeo, lastimarte, tiene que ser lleno, digamos macizo, nutrido, eso, nutrido".
Sin más preambulos, el personaje del día fusiona estas dos quisquillosas condiciones y por ello fue, es y será uno de mis preferidos. Traigan el pan que la manteca está en la mesa...



Gol. Regocijo, regodeo, deleite y vehemencia en la tribuna local. En un santiamén el festejo amaina y al compás del: Uruguayo, Uruguayo! Se reanuda el juego. Él, el factor desencadenante, el autor del tanto ya no se encumbraba hacia el alambrado como en las gloriosas y pretéritas épocas, ya no gritaba, no festejaba con galantería, ni siquiera pateaba carteles como supo hacerlo en algún que otro partido, sino que ubicaba el índice en el morro y demandaba silencio, procuraba callar a los fanáticos, ansiaba callar a todos. Guardaba bronca, mucha bronca. Y es que pese a la dicha de su presente no se olvidaba de los murmuros, de los silbidos, de la desaprobación, ni de los insultos, no ignoraba nada.
Sergio Daniel Martinez Alzuri se inició jugando al baby fútbol en el club Vesubio Centella. A los 11 años ya se hallaba en las inferiores del Defensor Sporting, tan sólo con 16 había debutado en la primera división de aquel cuadro y pocos meses después fue transferido a Peñarol, donde no sólo crecio en prestigio y experiencia, sino además en posibilidades ya que fue su gran vidriera. Así, con esa chapa, con esa apesadumbrada mochila, cayó en Boca hacia 1992. Gozó de temporadas espléndidas, muy buenas, buenas, regulares y algunas, las de sequía en la red, deplorables, pero siempre buscó, peleo por su hueco y se ganó un lugar. Pese a que fue colgado (no tenido en cuenta) por Carlos Salvador Bilardo, repudiado por un significativo sector de los hinchas, siguió entrenando, amaestrandose a sí mismo, con la misma grandeza. Con las mismas ganas. Será por eso, por su coraje, el de apopiarse de un compromiso mayúsculo y no haberlo esquivado, será por eso que cuando "manteca" demostró, que cuando la racha se extendió y se hizo presente en un aluvión de goles, tanto es así que quedó séptimo en la tabla general de goleadores en la historia de Boca con 87 tantos y segundo detrás de Martín Palermo en la lista de la era moderna (década del 60 en adelante), no hubo adulación, zalamería, ni cántico que alcanzara, no había modo de manifestar la aflicción y el arrepentimiento.






Luego de su dilatada estadía en el club de la ribera, Martínez pasó al Deportivo La Coruña, pero por distintas lesiones no pudo tener continuidad, su físico estaba muy deteriorado, desgastado, es por esto que el equipo español contrató a Sebastián Washington "Pomada" Abreu, quien, para que vayan mamando el método de elección, cumple con creces los dos minuciosos requisitos. En el ocaso de su carrera engatusó, embelesó y enamoró, con su principal arma de seducción, su gran encanto: los goles, a los hinchas de Nacional.









Con su selección, la uruguaya, disputó cuatro Copa América (Brasil 1989,Chile 1991, Uruguay 1995 y Bolivia 1997) y hasta se dio el lujo de formar parte del plantel en la Copa Mundial de 1990, en Italia. Nos dejó sin goles en 2001, ya que aquel año se retiró jugando para Nacional.
Sin vacilaciones fue uno de los distintos, un superior, uno de los mejores delanteros del fútbol uruguayo, pero fue mucho más para los argentinos. Motivos: varios.Tal vez por aquel gol decisivo que le hizo de penal a Brasil en la Copa América 95, ese que dejó afuera a los cariocas y que gritó todo el país, quizás por su envidiable orientación, su sangre, su frialdad en la definición y por dar un verdadero ejemplo, cuando luchó ante la adversidad y revirtió su situación en un club complicadísimo como lo es Boca Juniors, o capaz por la sencilla razón de tener un apodo suntuoso e ideal.









Por a, por b o por c fue aborrecido y venerado. Despreciado e idolatrado. Siempre cara o ceca.
Ejemplo de muchos, hasta del mismísimo Juan Román Riquelme, fue la boca llena de gol en cada picado entre amigos, fue el mas imitado, fue el olfato, la raza, el paradigma de los atacantes, el toque final, el oportunismo en pinta, la chispa y la velocidad.
¿Cómo olvidar esa melena, esa pelambrera castaña? ¿cómo no extrañar ese pañuelo rojizo que flameaba cuando agitaba su mano izquierda?. Imposible.
Porque no fue casualidad que el texto haya comenzado con aquella palabra inicial, puesto que él, el que perdona pero no olvida, el implacable o simplemente "Manteca" fue sinónimo de gol, más bien el hombre gol. Porque dejó ese sí sé qué de goleador y un sello, un sello propio en la historia del fútbol. Porque como buen hechicero, hechicero de arqueros, dejó algo mágico, algo que atesora todo fanático de Boca Juniors, sino preguntenle a Guillermo Barros Schelotto, al que le dejó su historia: La 7.

Periodista: - ¿Qué cara ponen los defensores cuando te ven con pelota dominado en el área?
Martínez:- No los miro, sólo pienso en meterla.






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