domingo, 1 de junio de 2008

Bellos años


Incapaz

Matías se levantó la rojiza media, mientras esa lágrima le recorría la mejilla, y entendió que aquella tarde estaría parado en el círculo central, pero que no estaría en el campo.
Comprendió que no quería jugar al fútbol, que quería llorar. Sin embargo jugó y no porque necesitara escapar de eso, o al menos...eso creía. Jugó bien. Mucho mejor que otras veces en las que tenía ganas.

Y así con c de capaz doy comienzo a mi texto, porque ésta es la historia del tipo más capaz, tal vez demasiado para sus ya escasas ganas.
Una especie de Julio César remixado con Ptolomeo enfrascado en un jarrón de recuerdos. Ahí lo vas a encontrar justificandose
ante nosotros y ante sí mismo. Irritado por el detalle más tonto y orgulloso por algún batallador accionar.
Acorazado en un sarcasmo supremo te hablará en voz alta y te repetirá infinidad de veces que si muere en la montaña quiere que lo entierren en el mar y que si
muere en el mar quiere que lo entierren en la montaña.
Allá está llorando de amor y diciendote cuanto te quiere en navidad. Emocionado y en calzón porque Riquelme sacó a pasear sin correa a Makélélé y Palermo hizo otro golcito de película.
Acá está creyendose el mejor entre los dioses, alardeando y dando órdenes hasta el convencimiento ajeno.
Bandolero monótono y tecnológico se transformará en un estruendo de ira cuando le digas lo que no quiere oír: nada que haga mal.
Por la sombra de sus sentimientos comprenderá que sus reacciones no son las adecuadas y sabrá que no probaremos ya ese célebre e infaltable bocado de cariño que siempre ofreció
con vanidad. Pero él es así y así será. Porque así empezó la cuestión. Tomalo o dejalo. El fútbol se transforma en cerveza y tarta. El tc se hace sobremesa de domingo con ganas de flan. Él, sólo él.
Él sin mí. Ni atravesando su caprichoso espaldar lograrán moverlo de su inestable piso. No asimilará que lo heroíco no es morir sino vivir bien, porque no quiere.
Puede que éste que solía ser mi lazarillo hoy se haya quedado ciego, puede que éste enamorado de la impaciencia esté algo perdido, pero sé que aún así podría encontrarme en la oscuridad. En la mía o en la suya.
Y aunque tal vez este asador hoy no escuche el aplauso deberá buscarlo porque está ahí, a su alcance. Ahí ... en el quincho, donde lo voy a esperar para darle ése y un par de aplausos más.
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