viernes, 30 de octubre de 2009

El lujo es vulgaridad

Por más que a esta altura haya varias parejas criollas que pelean por el título- Wanda Nara y Maxi López, Christian "El Ogro" Fabbiani y Victoria Vanucci y hasta Nicole Neumann y Fabián Cubero, entre otros- el estandarte de la categoría "DT que la juega de cheto" es de Simeone. Si la idea original de aparecer luciendo músculos en las revistas - Carolina Baldini tiene más bíceps que el 3 de Flandria-, bronceados y vestidos como modelos de Dolce del Tercer Mundo fue de él o de ella, poca importancia tiene en el asunto. Lo cierto es que la tendencia ostentosa- y alejada del buen gusto- vuelve a la vidriera mediática para reinstalarse.





Paradojas de la moda. Mientras Sean Connery definía la masculinidad a través de la sastrería, sello indiscutido de un James Bond al dente en los años 60, Simeone arrasa con todo el clímax de esa simbología presentándose los domingos al mediodía, sin importar el estado del tiempo, con traje negro y solapa de raso, una pieza de rigor en su manual de estilo.


¿Cómo se le ocurre? ¿ No está familiarizado acaso con la idea de que hay ropa para el día y para la noche? ¿Acaso es lo mismo estar a las 2 de la tarde del domingo gritándole indicaciones al Chaco Torres que sentarse a tomar un Jack Daniels un sábado a la noche en la barra del Alvear? No señores, no es lo mismo. Lo digo con todas las letras para que quede claro y que no se dejen engatusar con las falsas opciones. Por momentos parece que nadie le enseñó al Cholo que para seleccionar la vestimenta existe un círculo cromático, entre otras cosas, para marcar temporadas, tipos de eventos y otras yerbas que, un fanático de la pilcha como él, debería conocer.


Para citar algunos ejemplos, digamos que Ariel Cuffaro Russo, de Rosario Central, o Néstor Pipo Gorosito son hombres menos pretenciosos, que arriesgan todo en el tocado, pero que llevan bien el look "traje sport". Saco sastre -que le da la envergadura de "tipo al mando"-, con jeans y camisa en colores claros, cinturón marrón y zapatos abotinados o náuticos, variantes que tienen más que ver con la ocasión de uso: una jornada deportiva y al aire libre.


Es una incógnita que esta obviedad no le sea revelada a Diego Simeone. Una ironía declarada de la moda, del sentido común, que esperamos se revierta con el servicio que prestamos desde ésta página.

martes, 13 de octubre de 2009

George Best



Cuando realmente algo tiene que suceder, el universo entero conspira para que ocurra. Una gota de agua es capaz de rebalsar tanto un vaso como un océano y toda la parla de la Teoría del Caos puede ser muy espiritual para Edward Lorenz, pero ante situaciones como éstas uno debe rendirse. Y aunque el efecto mariposa compruebe que la causa- efecto se interrelaciona más allá de la simple casualidad y rige desde mecanismos naturales a situaciones de la vida misma, hay quienes se aferran a la creencia, ingenua para algunos, del azar y la sincronización de los hechos. Para otros todo tiene que ver con algo. La discusión sería interminable, pero el objeto es otro.



La muerte de George Best coincidió con la fecha de entrada del decreto que estableció grandes restricciones a la distribución y al consumo de bebidas alcohólicas en Inglaterra; y su madre murió a los cincuenta y cinco años por una enfermedad relacionada también con el alcohol, que fue la herencia natural que no eligió dejarle. El primer partido del Manchester United en Old Trafford posterior a su desaparición fue un partido de Liga contra el West Bromwich Albion, el club contra el que debutó en 1963.



Casualidad, sincronización de los hechos o azar, la realidad es cuanto menos curiosa. La física cuántica y los ancestros filosóficos orientales no funcionaron nunca en la vida de uno de los íconos culturales más populares de su generación y ese es el punto. Porque George Best dejó de beber sólo cuando dormía, porque la superabundancia de champagne y vodka no lo perjudicaban diariamente para ir a entrenar, claro está...en sus sueños. Y en el superávit de licor se halla la contraposición del emblemático ligón. La chabacanería de su narcosis contrastó siempre con su elegancia vistiendo aquella camiseta carmesí del United, a la que le regaló, con su abanico de aptitudes, las ligas del 65, 67´ y la Copa de Europa del 68´.



El antagonismo de su despilfarro nocturno y sus condiciones de player prodigio lo catapultaron fugazmente de una simpatía popular a una encarnizada idolatría. Sugestivo y cautivador, el atractivo barbado se paseó por el amarillista y farandulero Miss mundo del espectáculo jactándose de haber flirteado con cuanta modelo se topó en su asequible camino.
Manchester agradeció la gallardía del "quinto beatle", que beodo de compañías londinenses y onerosos vehículos, decidió habitar su ímpetu en el sudafricano gremio judío de Johannesburgo por un año y regalar imprudencia en Dublin para finalmente desembarcar en la Major League Soccer, y así saciar sus quimeras por Las opulentas Vegas.

El trotanoches sufrió la resaca de Irlanda del Norte y no hubo sotabarba trébol en ningún Mundial ni Eurocopa. Con el karma de su cirrósica herencia a cuestas, el Fulham inglés se llevó al virtuoso miembro del Hall of drink que evidenció en sus botines la última medida de gin.

Ninguna de sus esposas, ni sus innumerables hijos atribuidos lo sacarían de prisión aquella Navidad del 84´, cuando por agredir a un policía, desenfundó su petaca tras las rejas. El ocaso de su antideportiva carrera se ratificó en un embriagado papelón televisivo.



Entre escándalos mediáticos, acusaciones por malos tratos e intentos por ligarse de alguna manera al fútbol se pasó la vida del ex Golden ya no tan boy que terminó asumiendo un compromiso perpetuo con la bebida.
Casualidad, sincronización de los hechos o azar, ese díscolo y avejentado ambidiestro, que supo ser Balón de oro y de "more beer", pidió postrado en el hospital, que le tomaran una foto y que la publiquen titulando: "No mueran como yo".


El mensaje no redime al esquizofrénico astro del libertinaje, ni a la turbiedad de sus impuros actos. Sus insanas excentricidades fueron su elección, su opción. Enajenado estilo, estilo al fin. Elevó un último brindis con el gol, con la noche y con los extremos de la gloria. ¿Cómo murió? Ya saben como vivió.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Juan Martín Del Potro

Nunca entendió mucho de tenis ni de tenistas, pero como en el establishment de la ostentación se siente aburguesada y se maneja con holgura, la blonda diva quiso saber, de chusma nomás, cuanta plata había embolsado el muchacho en el raid de sus victorias deportivas.





Rápido como su drive, el desacatado novato contragolpeó: "no tanto como ganás vos". Juan Martín Del Potro es un atrevido, ya no hay dudas de eso. Si algo tenía que pasar para ratificar aquel adjetivo que se había ganado durante el raquet-tet con Susana, ya pasó. Fue en ese intrépido acto reflejo, en ese picante episodio pre-hazaña que dejó entrever los vestigios de osado y desafiante teenager sin pelos en la lengua con la mentalidad de un potencial campeón.

Y si en un futuro próximo tenía pensado escupir el puré de la Chiqui y sostener parcamente que la rosa rococó le gusta blanca y no rosada para darnos más indicios, que no lo haga, porque con la última consagración la mano viene clara.

A priori uno lo descarta, pero haciendo un minucioso análisis y marginando los contextos, las situaciones se chocan. Se unen en lo sorprendente. Se atraen por un mismo factor: lo inesperado. Juan Martín Del Potro no rompe los libretos, porque ni siquiera los tiene. Porque pese a que su taciturno andar y sus pesarosos movimientos lo fueron menospreciando en los pronósticos cada cambio de balls de cualquier chance importante, no se rindió. Porque con ese distorsionado y craso vozarrón puso en apuros a la desconcertada reina; y con todo su lógico hastío por falta de timming desquició al astro helvético.

Para místicos y escépticos, este argentino en New York sin bigote ni la Oreiro le dio cátedra al uno y al dos; y levantó la copa después de 32 años sin ser de avellaneda. La atlética reencarnación de Fido Dido se encurdó a tope con lubricante bardahl, adquirió la potencia de un fórmula 5 del mundo y con resaca arrasó contra todo lo que se animó a devolverle una pelota. Pavada de tarea para un nene que comía Zucaritas en tazón y se maravillaba con las proezas que el propio Roger realizaba, mientras se alquilaba un puesto en el top ten del planeta. Y basado en eso, no en sacar el tigre que había en él, sino en esa profunda admiración, no resulta rara su desventaja en el inicio de la finalísima. Ni las cuatro derechas en órbita, ni las cinco derrotas en seis enfrentamientos.

Un set y varios games resignó hasta entender que no siempre la pedantería argentina es inútil. Cuando la Torre se animó a sumirse en la confianza de ese passing paralelo que puso en jaque al indefenso y solitario rey, todo fue música para su raqueta. Comenzó a divertirse en el Arthur Ashe, emulando al otro Potro, al cuartetero cordobés, y bailó al cadencioso ritmo de sus hirientes impactos que opacaron el agudo registro del yodel suizo. Hambre, alma y psiquis relajada: Jaque mate.

La sentencia de ésta intrincada partida de ajedrez tiene su explicación en la incesante evolución de la joven mente brillante. Y fue el pico más alto de un certamen que fue mucho más que ese millón de euros. Fue la frustración por arrebatarle el sueño a su coterráneo, fue barrer los restos de un ex número uno del mundo, fue pintarle la cara color desesperanza al frontón español. Fue, sin dudas, mas fácil tocar el cielo con las manos con su 1.95 venciendo al Dios de ésta jurisdicción. El final de un sueño, la independencia de una promesa y el comienzo de una leyenda, que nació cuando ese lungo muchachito de tandil decoró con un tímido revés el paisaje de las sierras, a las que siempre respetó.



miércoles, 12 de agosto de 2009

Curiosidades

Permuto, no vendo

Guardóse con sordidez la pieza de envés al satélite y entre las ancas del vilipendio serpenteó ese tesoro que de anverso le permutó por vehemencia a Delgado.

viernes, 7 de agosto de 2009

Jean René Lacoste


Porque al fin y al cabo uno puede creer lo que quiere. Todo tiene en su punto de inflexión una explicación o justificación por más ínfima que sea. Pudo haber sido entonces por su obstinada tenacidad al deglutirlos, por el viscoso espíritu sanguíneo que los envolvía en la red de un barnizado set, por ése carnívoro instinto defensivo o por su innata alma ovípara, pero más convence la simple historia de la cartera. Convengamos que por aquel entonces el joven René no era el Mosquetero René, ni siquiera el innovador Jean René, era un intento de rana dando saltos sobre los courts. Por eso convence más la farfulla del bolso. Porque el parisíno no se volvió analítico ni obsesivo hasta que tuvo la posibilidad de practicar el tenis cerca de los 15 años. Tenía mucho talento natural, pero no deportivo. Su quisquillosa fineza para la observación y sus puntillosas anotaciones lo fueron etiquetando con el tiempo como el cuasi tácito meticuloso y exquisito jugador de fondo que fue. Cuatro Copa Davis, tres Internacionales de Francia, dos Wimbledon, dos Forest Hills, una medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de París y su posterior capitanía en el team francés avalan el rótulo para este detallista colonizador novedoso. Y tiene más argumento creer que en una gira por Norteamérica, el minúsculo bosquejo de René quedó encandilado por esa lujosa maleta de piel de caimán y aseguró comprarla si ganaba su próximo partido. Tiene coherencia porque encima perdió, porque la burla de sus pares lo atormentó...pero el apodo de "cocodrilo" le calzó a la perfección y a partir de allí su difusión fue fugaz como su carrera tenística. Un cocodrilo verde con la mandíbula abierta sedienta de ace y una cola girada sobre su espalda emulando un revés comenzó a dilucidarse bordado en el atuendo de la nueva deidad tenística de aquellos años: Jean René Lacoste. El instaurador de la tecnología en una red, de la robótica y metódica devolución artificial dejaba entrever vestigios de hombre de "bussines" y prefería abolir esa incómoda camisa por la polo-piqué antes que dedicarse a sumar alguna que otra proeza de smash. Y a partir de allí, la marca encapsuló al jugador y a todas sus inspiraciones. Sus edificadores aires de "gentleman" no le permitieron extender su carrera y tuvo que avocarse de lleno a otros fines. Supo ponerse en la piel del sudor por jugador y esa raqueta de chapa le dio acero de campeón o al revés. Su apática flaqueza no denotaba esa enfermedad que agilizó el trámite del precoz retiro. Paisajista pintón de la Costa Vasca, se refugió con toda su falta de aire cerca de San Juan de Luz, donde su suegro creó un curso de Golf que disfrutó con fruición. Porque al fin y al cabo uno puede creer lo que quiere pero depende sobradamente de los argumentos o alegatos que se expongan. Lo que si está claro es que Lacoste coordinó la mano con el ojo, evaluó los límites y se hizo mi...bi...trillonario gracias a que no durmió ni fue cartera. Y fue por ese insistente achaque bronquial que el heptacampeón reptil dejó de respirar abrazado a sus siete grandes títulos, su campeonato mundial, y esa lujosa maleta de piel de caimán.

viernes, 24 de julio de 2009

Entre Líneas


"Mil palabras valdrán más que una imágen"

El Juego


I

La galería era gigante. Inmensa. Con pisos de baldosa blancos y negros, dispuestos de tal manera que recordaban un tablero de ajedrez monumental. Sus largos pasillos se extendían en todas las direcciones y ramificaban otros senderos de longitudes desconocidas y formas laberínticas.
La procedencia de la luz era un misterio, pero cubría la totalidad del lugar dándole una luminosidad plena. La amalgama de colores se trenzaba en una incandescencia blanca, cristalina y amarilla. Rara.
Gruesos muros, sin ventanales, la cercaban e impedían observar el exterior, si es que había uno. Porque este lugar además de increíble, era inexistente. Al menos para la creencia y saber humanos. Pero tan real como las supersticiones, las cábalas y los remedios caseros. Una realidad a medias. Una realidad sin comprobación física.
A ella llegaba todo lo que se perdía. Todo lo irrecuperable. Todo lo que no era. Todo lo que dejaba de ser y lo que no fue.
Desde monedas caídas en almohadones de sofás hasta botones de camisas mal cocidos. Desde penales mal pateados hasta billetes de lotería con aciertos nulos. Desde caminos mal seguidos hasta momentos y situaciones irrepetibles. Desde besos arrebatados, inesperados y sin dueño hasta enfermedades sin cura. Desde las respuestas a todas las preguntas hasta las preguntas que jamás tienen respuesta. El lugar: un misterio, si es que era un lugar.

II

Nahuel apagó el televisor. La película había resultado malísima. Los créditos del final le hicieron preguntarse si era necesario involucrar a tanta gente para semejante proyecto bizarro, pero pronto olvidó el asunto y a tientas en la oscuridad se incorporó. El dormitorio era un desastre. Un basural. Las jeringas aún estaban sobre la mesita de luz. Las botellas medio vacías descansaban horizontalmente en el raído piso de parqué. Al pararse, las apartó con el pié y se dirigió al cuarto de baño. Abrió la canilla y mientras se lavaba la cara trató cuidadosamente de no tocarse las heridas. La noche había sido dura. Huir de ese casino con una deuda exorbitante le había dejado consecuencias en todo el cuerpo. Marcas. No había sido una buena idea. Tenía suerte de estar vivo. ¿Lo estaba?. No lo sabía. Las drogas, el alcohol y los juegos; ese cocktail peligroso. Lo hacían dudar.
Por unos segundos se contempló en el espejo. Estaba vivo, aunque la paliza había sido brava. De las peores que había recibido (estaba acostumbrado). Esbozó una sonrisa y se volteó para mirar su habitación. El viejo catre yacía desarreglado, rodeado de revistas y diarios viejos. Revistas de contenido erótico y suplementos de resultados de carreras de caballos. Su lectura de cabecera. Su vida. Su mundo y universo.
Casi tambaleándose regresó al catre, lentamente se acostó y cerró los ojos.

III

La oficina estaba impecable. Recién encerada y limpia. Un escritorio redondo de caoba lombarda se erguía imponente en el centro de ella, mientras que estantes asturianos que iban del piso al techo cubrían las paredes de libros de negocios, contabilidad, finanzas y alguna que otra literatura de género fantástico. Un Monet y un Picasso colgaban respectivamente de las únicas dos paredes desnudas de ese toque bizantino dándole al entorno una bocanada de aire barroco. Una oda al buen gusto. Una acertada combinación de estilos arquitectónicos.
Manuel dejó los papeles que estaba leyendo y se sentó en su mullido sillón de ejecutivo. Utilizando los pies, lo hizo girar hasta que estuvo de frente a la ventana que antes estaba a su espalda. Allá afuera, sobre la Avenida principal, gente de todas las clases corría de un lado para otro en diferentes direcciones. Manuel rió al compararlas con el traqueteo incansable de las hormigas. Para él, las personas no eran más que una colonia de hormigas que dividía su trabajo, tenía relaciones miméticas, comensales, parásitas y mutualistas entre sí. Ese paralelismo minucioso le dio náuseas. Asco. En su comodidad imperturbable y aburrida, nunca podría imaginarse entre ellos. Ni siquiera por un instante. Su nacimiento en cuna de oro, sus cuentas bancarias en diversos países del mundo y su gerencia general lo convertían en un dios, en su propio y único dios. Un dios numérico y cotizado, que carecía de sentimientos y que sumido en una frialdad suprema creció entre la avaricia y la soberbia.
Reclinó su portentoso sillón y entre Venecia y su campo de golf logró dormirse.

IV

La luz lo tumbó. La cabeza le daba vueltas y tenía la garganta seca. Sus adicciones le habían dado sensaciones similares pero esta vez era distinto. Se sentía raro y no recordaba nada de la noche anterior. Estaba en un lugar extraño y perturbador, pero incómodamente familiar. Lenta y sigilosamente comenzó a caminar por lo que parecía un largo pasillo cuya desembocadura se perdía en el mismísimo infinito. Al instante, su avance se vio interrumpido por cercanos y siniestros pasos que sintió desde atrás. Fingiendo seguridad y sabiéndose débil giró para enfrentar a su perseguidor.
El shock paralizó a Manuel. Delante de sus incrédulos ojos había una persona. Sosteniéndole la mirada y dentro de su estupefacción vislumbró en su hiperventilada retina el mismo miedo. La misma sensación de irrealidad estaba abordando a la persona que tenía enfrente: Nahuel.

V

En el extenso pasillo la incredulidad de ambos se mantenía, quizá para siempre. Quizá no. Ya no había otra salida. Nunca la habría o nunca la sabrían. La fosforescencia los elevó...

La galería era gigante. Inmensa. Increíble pero definitiva y científicamente existente para la creencia humana, porque se trató siempre de un juego. Un juego donde sólo se retrocede. Sin turnos, ni instrucciones. Con casillas de baldosa blancas y negras, dispuestas de tal manera que sin duda formaban un tablero de falso ajedrez para compulsivos y frenéticos. Para aquellos a los que sus propias reglas les otorgaron más desventuras que buena fortuna y no quisieron o no supieron verlo. Un retroceso por cada uno de sus excesos. Y mientras Nahuel y Manuel retrocedían rauda y repetidamente, un resplandor enceguecedor fue desvaneciendo sus pesadas piernas. Una luminiscencia plena. Brillante, blanca, cristalina y amarilla. Rara.

En construcción

Tengo el agrado de presentar "Entre líneas". Se trata de la nueva sección del blog que entrará en vigencia a partir del día de la fecha. El encargado: Federico Enriquez. Mi descriptivo amigo compartirá más de mil palabras semanales que transformará, como él solo sabe hacerlo, en nítidas imágenes para nuestras almas.

Cambiará tu día...


"Mil palabras valdrán más que una imágen"


















miércoles, 8 de julio de 2009

Prince Naseem Salom Ali Hamed


El encierro lo desconcertó. Jamás imaginó que una sensación tan usual en su vida, como la de sentirse atrapado, lo asfixiaría y lo perturbaría. Le haría perder la razón. Era un encierro diferente. Este no lo dejaría groggy contra un rincón del cuadrilátero, porque estaba sólo. Porque no había cuadrilátero, ni rival. Porque ese cuchitril destartalado como su andar le destapaba la única verdad: estaba preso.

El declive del subyugado príncipe tuvo origen en su única derrota y esa era su aflicción. Esa noche, la cárcel no le molestaba tanto como el fantasma de haber perdido su invicto alguna vez. Su poder le evitaría cumplir la condena por haber atropellado a un peatón con su opulento Mercedes, pero le quitarían y se quitaría la corona de la dignidad. Naseem Hamed seguía en el 2007 y ni insultando a la reina Isabel, como en sus boatos tiempos, podía recuperar su indestructibilidad, su honradez. Su vida.
La existencia del ex prodigioso púgil no aceptaba pastillas y las ojeras del profesionalismo mostraban la fatiga del doceavo round. Al sexto de nueve hermanos lo invadía la fragilidad y pernoctaba una vez más impactado por la crudeza de la antimaterialidad. Por las golosinas vendidas en el kiosco de su padre.
Y éste insomnio no lo dejará deleitarse noqueando argentinos (Sergio Liendo, Remigio Molina y Juan Gerardo Cabrera) y lo mantendrá bien alejado de su propio y aspero punch que con tanta malicia ególatra supo desparramar desde Sheffield al Madison Square. Desvelado, sin artimañas y jorobado de Notre Dame, este astuto Inglés sobrará al destino y no al derrotado de turno que ya no le permite hacer piruetas pre-K.O para coquetear con la TV.
Con lágrimas en sus victoriosos guantes de antología sentirá el vacío de su quietud. En la vigilia no hay rap, ni coreografías. No hay éxito ni Livingston, ni Wembley en su carrera. La trasnoche le cuadra perfecto. El bailarín de las caderas rotas y de los súbitos reflejos ya no driblea con la guardia baja presumiendo su rapaz estilo y sus títulos mundiales (Supergallo CMB, Pluma OMB y FIB).
Ya no se excede y no boxea, tampoco puede dormir. Ni en sueños se permite el tiempista de los invictos disfrutar de esos cinco madrugones boxísticos: Alan Ley, Laureano Ramírez Padilla, Daniel Alicea, Paul Ingle y Remigio Molina. Ni sufre pesadillas con mariachis que le sellan el destino por puntos, porque no puede pegar un ojo. No quiere.
Será entre jadeos utópicos y efímeros, como su fama, que le alzarán la derecha con sus 31 nocauts, con su dance al swing de "Thriller" y con ese touch and go contra cualquier peso pluma que quisiera hacerle cosquillas.
Balbuceará ante al abucheo de 14 mil personas que no verán burla ya en su prodigioso misil teledirigido y todo habrá pasado. Y en esa farfulla de yemen sentirá poco a poco el vértigo de sus párpados. Se dormirá...y será el mexicano Barrera quien lo despertará de un trompazo a su gloria que lo dejará sin Hall of fame, sin ego. Y sin registro de conducir.

lunes, 6 de julio de 2009

Bellos años



Los nombres por Roberto Fontanarrosa


Porque también la cosa está en los nombres, en cómo suenen, en las palabras, pero más, más en los nombres porque se puede estar transmitiendo agarrado al micrófono con las dos manos, casi pegado el fierro a la boca, y la camisa abierta, transpirada y abierta, los auriculares ciñendo las orejas y las sienes como un dolor de cabeza y ahí valen los nombres, tienen que venir de abajo, carraspeados, desde el fondo mismo del esternón, tienen que llegar como un jadeo, lastimarte, tienen que ser llenos, digamos macizos, nutridos, eso, nutridos.


Tienen que llenar la boca, atragantarla, que se los pueda masticar, escupir, como pueda ser digamos Marrapodi , viejo, Marrapodi, ¡ volóoo Marrapodi y echó al córner!, Marrapodi llena la garganta, sube, se puede arrastrar, no queda encía, muela, paladar sin Marrapodi, para deletrear casi con asco, con afonía. No. Marrapodi además volaba y se quedaba colgado en el aire con la pelota suya como un dirigible, remata, ¡vuela Marrapodi y atrapa! Roque Marrapodi, para colmo, nombre para reventarse las venas del cuello y que lloren los ojos por un solazo bárbaro de domingo a la tarde, lleno de gente porque entra Borello o quien sea y ¡tiraaa! y allá sale disparado Marra como un lanzazo, la boca abierta, más abierta, los ojos casi en blanco, el pelo exagerado en el aire, un pie aquí, el otro allá, un manchón verde, uno gris, ese golpe en la punta de los dedos como quien puede manotear un pájaro, una gaviota, caer hecho un manojo en el aire, los bigotes misturados de césped, el olor, relojear por bajo el brazo y la ingle dónde fue a parar esa bola y gritar sintiendo la garganta afiebrada de flema volóooo Marrapodi, medio arrastrando entre los dientes y la lengua la doble erre porque ya el flaco con el fulbo bajo el brazo va a buscar la gorra que quedó en el otro palo.





O quizás Carrizo, pero menos, no tiene tanta fuerza decir Carrizo, tal vez en la zeta está ese olor a naranja, a cigarrillo, pero por ejemplo Camaratta, otro, Camaratta, vamos viejo, Camaratta viene el centrooo... y son tenazas las manos de Camaratta, ¡dos garfios Camaratta!, cómo no va a tener tenazas Camaratta aunque no se debía tirar, a Camaratta le debían reventar pelotazos en el pecho desde medio metro y el ruido se debía escuchar hasta en la otra cuadra y viene el rebote, entró Pontoni, tiróoo, sacó Camaratta, de nuevo un balinazo en el tórax inmenso de Camaratta con el pelo mojado sobre la frente y una lluvia de sudor desprendida de su nariz y el sudor en los ojos, ¡cómo le debía picar! y se quedaría tirado tras el tercer rebote en el suelo como un cachalote con la media derecha caída , sangrante y terrosa la rodilla, porque Camaratta siempre debía jugar en cancha de Atlanta donde es pura tierra y cada entrevero era una polvareda tremenda, donde catorce hinchas se morían de calor y odio y miles pero miles de argentinos escuchaban succionados por la radio la voz porteña del balompié, pasión de multitudes, ¡Ca-ma-ra-tta!, salvó su arco de segura caída, Camaratta carajo, no Blazina por ejemplo porque Blazina es como decir felino o colina, algo plástico, estético, mirko volaba en treintaitrés revoluciones, ahora un brazo, después el otro, flexionar la rodilla, una gambeta blanca blanca pero todo en cámara lenta, muda, como un vacío que se hubiera chupado el rugido de la tribuna, sólo Blazina planeando, en blanco y negro para colmo, que eso no es para hinchas, es para artes visuales.





No, no se puede transmitir sin esos nombres, ojalá estuviera Marrapodi, o Camaratta , o Macarrata, o Camarrodi, Macarrata, ¡se tiiira Macarratta! ¡Voló!, el micrófono hecho un puñal, un puñetazo sudoroso, ¿cómo puede haber un arquero García por ejemplo, García, qué se va a decir?, volóoo garcía, si queda en la boca esa sensación desierta y adormecida de cuando uno come pastillas de menta, volóoo García, qué mierda va a volar ese boludo. Que se quede parado para eso.








Los nombres II por Matías Lebrante







Que no se mueva, que se quede estancado al piso. ¿ Qué sensación puede contagiar García? Ninguna. García no; y mejor no profundizar porque me duerme García. Me da modorra. García y otros más. Como esos de cotillón, esos que a priori te los venden, pero son engaña pichanga de patatúz. Porque los Lux o los Ayala nacieron para ser players con balón bajo pie, como Roberto o Javier, y no para agonizar embadurnados en lodo librando batallas en un área bajo los tres postes . Engancha De Blasis, lindo recorte del interior zurdo, que ve el hueco entre Ayala y el poste. Está para rematarrrrrr y Ayalaaaaaaa! ¿Ayala qué? Ayala seguro se lo morfa, es gol seguro. ¿O Lux? Hace la estatua Lux, no se tira. Lo aseguro: no se tira. Pero no entremos en esos porque se me cruzan los cables. No quiero ni pensarlo. Hablemos de los Bossio, porque hay sensaciones encontradas. Carlos "Chiquito" Bossio es una cosa, el apellido colabora, ese diminutivo asonante le imprime en verso un mesurado color de ocio, de astucia, de mito y está el otro Bossio, que le decían "maravilla elástica", se llamaba Ángel y además jugaba en Talleres de Remedios de Escalada, es otra cosa. Son palabras mayores: Ángel "maravilla elástica" Bossio sacando dos cabezazos desde el área chica. Un cabezazo que cabecean dos jugadores al mismo tiempo desde al área chica, ahí está mejor. Eso produce la fulgurante maravilla, brilla, se estira, se eleva, vuela y aletea porque además es Ángel. Es así, como Comizzo que además de Ángel tiene David, esa alma samaritana de jóven pastor que le ataja con una venda en los ojos un puntinazo al gigante y también lo mata. Lo mata por comizzo, por comisario, por cobrizo.



Los colombianos son marketineros. Son cabales, íntegros. Atestados. Tienen ese aroma a recuelo, a cafetucho, a Farid Camilo Mondragón Alí. Que tiene el truco en Alí, en lo breve. Diferente es Farid Camilo Mondragón sin Alí. No hay punch. No hay trompada de Mohamed. Aunque el Mondragón es mitológico, una mandragora, un dragón mundano hecho guasón. Un monstruo ilusorio, fantástico. Óscar Eduardo Córdoba Arce, un agente secreto de las redes, masticable y triturable aunque sin la tilde en Óscar queda vacía la olla, como De la Hoya o Navarro Montoya que es un "Mono" pronunciable, chistoso y de barro, de troya. Un fenómeno. Si, los colombianos gustan. Se disfrutan...Ahh y René Higuita, ese si. Una golosina de higo que mastica una rana y te anima el espectáculo. Prodigioso. Pero me quedo con esos nombres, nombrazos largos che, esos que son bien completitos, que te dejan repleto. Encima esos retienen, la atajan en un tiempo. No dan rebote. ¿Qué quieren que les diga? Para mí es así. Los que tienen estos nombres no dan rebote. ¿Germán Adrián Ramón Burgos en dos tiempos?. La muestra, la eleva con una mano José Luis Félix Chilavert para mostrarte que está mansita, segura. Porque pongo la firma donde sea, apuesto lo que sea, lo- que- sea eh... O acaso Sergio Bernabé "Superman" Vargas Buscaglia no ataja criptonitas desde el área chica. O no ceden ante la presencia del colosal Sebastián "Terremoto" Cejas, un verdadero fenómeno..meteorológico. Aunque está Puentedura que capaz por ser Leopoldo es bueno con las manos, pero es patadura, no te podes fiar. Y pensandolo bien...está Gullota, José Luís Martínez Gullota es contundente si, suculento pero tiene algo de bellota, de gula, de gol en contra.











Roberto López me enfurece. Roberto y López...ni siquiera le dicen "chupa", ni "piojo", ni "oruga", ni "abispón verde", ni "balcón", ni nada. No es nada, es López y ni siquiera Víctor o Eliseo o Isaac. López no corta centros. Y si corta uno, acordate: se le escapa. Disculpen exhabruptos pero me transformo con López, me irrita López y también Franco, brasilero como branco y manco, o Saja que se evapora, baja, decae y no ataja. Pero no entremos en esos porque hay uno...hay uno con el que no puedo. Me desanima. Me deprime y no quiero.







Está en eso viejo, en sentir el nombre. Porque está Noce. Enzo Leonardo Noce, que depende pura y exclusivamente de la pronunciación, porque Noce no sabe. Es goleada en contra, duda y miedo. Es un cagazo bárbaro; y Noche es oscuro, da miedo, a él le temen. Al que también le temen es a Rugilo y eso lo salva. Lo salva ser "El león de Wembley". Lo salva rugir y ser un buen pupilo.











Está en morder el apellido, en comerlo como a Poletti, Alberto Poletti es como un almuerzo con la "Chiqui" pero de polenta y fideos, él sale con los pies como Biasutto y Buticce. Juega para atras apretado en la salida el rústico Rodriguez y Poletti despeja fuerte y alto. !Que seguro está Poletti con los pies hoy, que dominio!. Pero hay otros que no. Son insulsos y no hay vuelta que darle. No como José "Vasco" Buruca Laforia. Que sabes que no tiene guantes, pero es vasco y atajó en Barracas. Buruca Laforia es relatado rápido, por los relatores viejos, de bigotes. No se prolongan sílabas. Buruca Laforia es goalkeeper como Botasso, cancerbero como Cozzi, Carnevali o Isola. Son goleros, no arqueros. Es un golpe corto, un pum, un Bacigalup. Eduardo Bacigalup, un gulp, técnico, recto y vuela tomando gaseosa. ¿El primer tiempo te dejó sin aliento? Bacigalup cola te refresca. Bacigalup cola, un glup de sabor.











Porque para prolongar están los Cristaaaaaaaaaaante, Brillante Cristanteeeeeeeeee! Donde debe estar. Siempre bien ubicado. Los silábicos son largos pero gomosos. Son chirlos como Yustrich, o lechuguinos como Cancelarich y Buljubasich.











Y es que la cosa está en los nombres, en como suenan, en el todo absoluto, pero mas en los nombres. Se va en velocidad Urrutia, no lo para nadie a Urrutia, el Flecha Urrutia queda mano a mano con el arquero, qué hará Urrutiaaaaaaa? Y...depende. Depende de quien es el guardián de turno, por qué si achica Julio Elías "El Gato" Musimessi, Urrutia la cuelga, le tiemblan las patas, se hace minúsculo. Visitante.







Después están los vip. Esos distintivos, ese toque de cogote, de recoleta, de alcurnia y de Laureano Tombolini o José Pablo Burtovoy. Son los menos, los Joaquín Irigoytía, son llamativos pero no de la gente. No son Scoponi. Scoponi es Copani y no canta, como Pogany. Lo escupís de lo lindo que sale. Norberto Hugo Scoponi. En parte es vomitivo, pero adictivo. Es un escocés sin pollera montado a un pony con jopo. No son Maltagliatti. Damián Alejandro Maltagliatti, un arquero cervecero, como Schulmeister, gatuno y malcriado...Que fuerza Maltagliatti, un remolino. Si fuera relator le diría remolino, no...torbellino. Tiro Libre crucial. Se para frente a la pelota Barrientos, última jugada. Maltagliatti espera agazapado. Agazapado? Maltagliatti? Por favor. Barrientooooooooos, Maltagliattiiii. Con lo justo alcanza a sacarla al córner. Fenomenal El "Torbellino" Damián Alejandro Maltagliatti. Que épocas las de Maltagliatti, que nostalgia...Por cosas como estas, por los nombres y la melancolía, es que termino diciendo cosas que no quiero, pero me salen solas. Boludeces, pero se terminan escapando, por cosas como estas afirmo que Pontiroli con todo su pantano y su chirola es mejor que Ustari, una uvita rica pero seca y que venga alguien a discutirmelo. Y dejemoslo acá, porque no quiero amargarme. ¿Para qué?. Es que no puedo conmigo, no puedo. Ya está... ¿Ignacio González? No quiero ser grosero, pero Ignacio González. Blanco, lábil...inodoro y todo su contenido: una mierda. Una verdadera cagada. Que ganas de pasarla mal, de pensar en negro, bah en marrón, en marrón caca, en marrón González, en marrón García, aunque siendo honesto González García suena noble, suena bien. Ma´ si, en marrón López.

miércoles, 1 de julio de 2009

Curiosidades


Igualito a Beckham

El guacho era igualito a Beckham. No digo como jugador, para nada. Un queso con la pelota. Era igualito de jeta, de facha, nada más.¿Cómo fue que cayeron de gira estos nabos a nuestro club? La verdad que nunca me enteré bien si los invitamos nosotros o se ofrecieron ellos.
Supongo que fue idea del Ronco Mansilla, el más entusiasmado con el asunto.


Ahora digo, ¿cómo no se le ocurrió organizar algo con un equipo brasilero, mexicano, o colombiano? Gente que juega al fútbol al menos. Si quería hacerse el raro o el moderno hubiera buscado un equipo holandés, pero no estos yankies rubiecitos que no saben lo que es una rabona ni nada que valga la pena.



Se armó flor de revuelo con la llegada de estos pibes. Unos días antes pintaron el club (las partes más visibles, claro); arreglaron de una vez por todas la caldera del vestuario visitante y hasta organizaron un comité de bienvenida que los fue a recibir a Ezeiza: diez giles que seleccionó el propio Ronco entre los pocos que sabían tres o cuatro palabritas en inglés. Digo giles porque el Ronco los hacía quedar después de entrenamiento como una hora practicando el idioma con la vieja de Braian que casi fue maestra de inglés.


Cuando llegaron los yankies no hablaban ni una gota de español. Bueno, sí, una palabra: “Gracias”. Era lo único que sabían. Después cuando se fueron ya habían aprendido unas cuantas y entre esas aprendieron, las infaltables, las básicas: “boludo”, “pelotudo”, “concha tu hermana”; que lo decían así, todo junto: “conchatuhermana”, como si fuera una sola palabra. Los guasos les enseñaron lo peor y se cagaban de la risa de la forma en que hablaban.


Ellos eran treinta, más o menos, trajeron gente para jugar contra la quinta y contra nosotros, la cuarta. Eran de Boston, Masa no sé cuanto y seguro que todos estaban cagados en guita. Ojo que no eran ningunos boludos, al contrario, algunos eran muy rápidos. Y el más rápido era el que le decíamos “Beckham”.


El chabón, feliz con el apodo. Hubo bastante gente para ver los dos primeros partidos. Arrancó la quinta ganando 2 a 0, tranquilos, y la rematamos nosotros con un 3 a 2 mentiroso. Mentiroso porque tenía que haber sido 5 a 0 mínimo pero el réferi alcahuete que nos pusieron nos anulo un par de jugadas de esas que son gol aunque te salgan más o menos y de yapa le regaló dos penales a los yankies que no existieron. En el primero cobró agarrón de Juancito Greco que sólo vio él, y en el otro me cobró falta a mí sobre Beckham cuando juro que nunca saqué tan limpia una pelota. Para colmo lo pateó el puto ese de Beckham y lo gritó como si fuera el gol de la final del mundo. Eso fue el viernes, el sábado hubo actividades de entrenamiento compartido, muy livianito, por la noche un baile en el club y el domingo la revancha.


Y así fue, justamente, la revancha. Porque lo busqué todo el partido y el marica se me escapaba. El área nuestra no la pisaba ni de milagro y cuando yo subía a cabecear algún corner, él se paraba de contra o esperando el rebote. Alguna iba a tener, pensaba tratando de mantener la calma, y ahí vino. Cuando el réferi marcó la falta, a unos 6 metros del área grande, salí disparado, decidido a patear el tiro libre. Pobre Rusito no entendía nada cuando le manoteé la pelota. Se quedó medio mudo, lo aparté con el brazo y no le quedó otra chance que salirse, que dejarme el tiro libre.




Acomodé la pelota, retrocedí unos cuatro pasos, los suficientes. Recién ahí levanté la mirada. Todos hubieran mirado el arco, yo no, yo quería asegurarme que Beckham todavía formaba parte de la barrera, que estaba ahí. Lo miré. Ya no tenía la sonrisa de ayer a la noche en el baile cuando todas las minitas revoloteaban a su alrededor, cuando todas le decían lo lindo que era, cuando lo encontré apretándose a Yamila, el ángel más lindo del club, tratando de meterle manos por aquí y por allá. Ahora con esas manos se protegía las bolas, se equivocó.




El puntinazo me salió fuerte, muy fuerte, como esos balinazos del "Petaco" Carbonari: fulminante. Todo el tiempo tuve mis ojos puestos sobre el rostro de Beckham, sobre esa linda carita. Pude ver cómo se transformaba mientras se daba cuenta de la dirección y el destino de la pelota. Pude ver su pánico en el instante antes de recibir de lleno el pelotazo en medio de la jeta. Un pelotazo seco, duro, inolvidable. ¿Igualito a Beckham dije? Ya no.




Gentileza de cuentitosfutbol.blogspot.com

viernes, 19 de junio de 2009

Enzo Francescoli


El plástico, por Juan Sasturain (Wing de metegol)



Jugaban River y Colón. A los cinco minutos, el Indiecito Solari maniobró a diez, quince metros de la línea de fondo por izquierda, amagó para acá, quebró para allá y puso el centro paralelo y alto con parábola corta a la altura del primer palo. Francescoli –estaba libre, de cara al origen del envío, equidistante entre espectadores de camiseta rojinegra- y no saltó: se elevó que es otra cosa. Cuando el cuerpo llegó al punto máximo de distancia con respecto a la gramilla del Monumental, en ese instante de inmovilidad previo a comenzar el descenso, la pelota le llegó.


Intersección plena (nada de ceja, de oreja, de nuca y mucho menos de hombro): frontal/parietal derecho y giro de un poquito más de cuarenta y cinco grados –algo más de cincuenta, incluso- de izquierda a derecha y con leve inclinación hacia abajo para que la pelota se abriera en ángulo obtuso ( con perdón de la palabra) y con parábola descendente, de modo tal que picase cerca de la línea de gol e inmediata al poste más lejano, inalcanzable para el manotazo de Leonardo Díaz. Gol.




En circunstancias similares, antiguos bailarines airosos como Rubén Bravo o el otro Rubén, el divino Marqués Sosa –jugadores de Academia en el mejor de los sentidos-, solían realizar un movimiento ascendente similar, con giro brusco de cervicales equivalente, pero con una resolución coreográfica distinta, algo más contenida: mantenían los pies juntos, tobillos contiguos, no separaban demasiado los brazos del cuerpo. El giro apenas si involucraba a los hombros.




Lo de Francescoli ante Colón fue más expansivo, pero igualmente armónico: separó las piernas casi al máximo mientras subía, al mismo tiempo que los brazos acompañaban con un aleteo la torsión del torso que para eso está, para sumar fuerza al impacto. Pero claro que no aterrizó desparramado.




Cuando volvió a tomar contacto con el césped (no es fácil precisar si la pelota ya estaba adentro o iba en camino) ya estaba armado otra vez como solía Nureyev después del vuelo. Cayó sobre las puntas y salió a celebrar entre ovaciones. Algún purista podría objetar que se despeinó. No sería justo: desde la terrible escena final de Bonnie and Clyde y el Shock de Susana Giménez con sus secuelas de innumerables publicidades de shampoo, la cámara lenta le ha dado un indudable prestigio estético al movimiento armónico del pelo revoleado. Y en el gol de Francescoli, repetido, repetido, repetido y repetido por televisión, el pelo acompañaba a la pelota en la salida como si la despidiera con una mano tendida desde la cabeza. El borrón del pelo, en esas repeticiones ralentizadas al máximo, dibuja el movimiento, la dirección, como el viento en la llama, como las rayitas que acompañan los dibujos de historietas. Eso es: dibujado en el aire.




La palabra para definirlo es plástico. Francescoli es plástico. Hay muchos que son “de” plástico, carecen de buena madera; hay otros que son plásticos como lo es la plastilina, lábil, fácil de deformar y que sirve mucho para nada.




El señor Francescoli es plástico en el sentido estético, lo que se entiende por forma armónica, en reposo o en movimiento. Una manera digna de usar y de poner el cuerpo: cuando entra al campo, erguido y estatuario; cuando distribuye peso y equilibrio en una volea; cuando festeja sobrio, sin trabajo de coreografía; cuando saluda y levanta le brazo agradecido sin obsecuencia; hasta cuando le pegan cae como se debe... Por eso, cuando se está yendo, lo queremos congelar; pero no como a un indeseable Walt Disney. Que quede la imagen congelada de Francescoli para que venga un Leonardo –no Leonardo Díaz, precisamente- y establezca proporciones, saque medidas, dibuje el Modelo.




Para que Chona disfrute de este texto imperdible en todo los sentidos.

miércoles, 17 de junio de 2009

Ayrton Senna da Silva


Las llamas de la archirrivalidad ardían en el Maracaná y dos de los equipos "mais queridos do brasil", Flamengo y Vasco, protagonizarían otro memorable clásico tritura gargantas.
Aquel coro al únisono acaparaba toda la atención y provocaba el crecimiento de ese fuego previo al cotejo. Inusual por varios factores: no se trataba de una figura consagrada, ni de una joven promesa de algún club o de la “verdeamarela”. Ni siquiera de la presitgiosa y gran perla negra.
El griterío, con alaridos desmedidos y aplausos iracundos, fue el improvisado adiós a la única persona capaz de lograr la adhesión popular futbolera siendo ícono en otro deporte. El indicado para poner un freno al espectáculo de la redonda sin sacar el pie del acelerador: Ayrton Senna.

Ese pequeño "de papai" fanático de los kart tomaba el primer papel del casco y descubría su exclusiva posición en la parrilla de largada de aquella carrera por el gusto. Su talento y suerte daban el sí y juraban quedarse tanto en la prosperidad como en la adversidad y se adherían por completo a ese "menino" que comenzaba una estrecha amistad con el uno.


A partir de allí siempre largó primero de cabeza y de alma para poder trasladarlo al resultado que arrojaba la grilla. Su arriesgado célico celestial en la pista y su timidez bajo el monoplaza llenaba de incógnitas el entorno de este misterioso personaje que ya había conquistado el campeonato de la Ford Británica con su dinámica y era observado por Frank Williams, que acabaría siendo su último jefe de equipo.

Iluminado por la velocidad y dominando con una destreza sublime, gracias a los kart, los recorridos bajo lluvia logró encontrar la fórmula del éxito y la fórmula uno...que ya lo esperaba. Se disfrazó de rayo durante el intenso aguacero entre el mar mediterráneo y la riveira francesa que lo catapultó a su primer podio y mostró el fragor de su estruendo durante la inverosímil tormenta en Estoril que le facilitó el gran premio y la comodidad en la máxima categoría.

Pole position en la vida no mermará su rendimiento ni aunque se le adjudique un romance con "la reina de los bajitos", sostendrá con dureza que el segundo es el primero de los perdedores y pecará una vez más en la presteza de su aceleración que le brindará tres alegrías mundiales (1988, 1990 y 1991).

Pastor meteórico bermellón guiará ovejas metalizadas que lo seguirán siempre a la zaga y se rendirán ante el poder de su implacable prédica de la perspicacia. Damon Hill, Alain Prost y Nigel Mansell, sus corderos más rebeldes, lo añorarán y contarán pastores por las noches para poder dormirse.

Se regodeará con un pasaje de la biblia antes de convertirse en el "monster of the rock" del trazado de Donnington Park, hablará con dios en la curva de Eau Rouge en Spa-Francorchamps y le pedirá fuerzas para no perder la calma y propinarle ese puñetazo a Eddie Irivine en Japón, que fue inevitable.

Una vuelta demás en la prueba y una declaración descolocada en Imola, previo al Gran Premio de San Marino explotarán en desconsuelo en plena carrera durante la curva de Tamburello cuando su coche ya esté destrozado, el daño de su cabeza sea irreversible y la bandera en el interior de su auto en homenaje al fallecimiento del austríaco Roland Ratzenberger sirva para secar las lagrimas de una nueva tragedia que se llevaba en menos de siete vueltas al mejor piloto del mundo transformado en poster y mito.


Lo ulterior es historia: un funeral masivo en Morumbi, llantos, por qués, traumas y el habitual egoísmo por la desparición física del astro de los cambios y las cuatro ruedas. Ese espíritu carente de vacilaciones de Senna, incluido el deportivo, se instaló en el joven piloto alemán llamado Michael Schumacher que casualmente venía detras suyo luego del accidente. La naturalidad en los desplazamientos, las posteriores consagraciones y los récords que rompió aquel sigiloso testigo del hecho, lo avalan.


Mientras tanto Beco, como lo apodaba su papá, aprovecha el "face to face" que nunca tuvo con Dios que aún se burla de la frustración de sus rivales y le pregunta al ritmo de las notas de "you` re simply the best" si el mejor piloto con el que se había enfrentado fue Fullerton en kartings o tan sólo lo había dicho para que Prost todavía no pueda dormir.




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