lunes, 17 de septiembre de 2007

Gustavo Eberto



Había una vez un ángel. Uno de esos elegidos desde muy jovenes que son arrancados de todo para cumplir con sus funciones. Voluntarioso, trabajador, respetuoso y responsable, de esos especiales que hablan bajito y pausado, sútiles y tenues: armónicos. Un ángel guardían, guardián de los tres postes.

Cuenta la historia... que entre el barro y la lluvia, una blanca sonrisa volaba de izquierda a derecha y de derecha izquierda atrapando, atenazando y descolgando pelotazos debajo del horizontal. Aquella reluciente sonrisa era de "Anguila", el menudo, pero inmenso en acción, arquero del humilde club Banco Provincia que esa tarde había deslumbrado a Víctor Civarelli y al preparador físico Alfredo Altieri, los enviados de Boca Juniors que fueron a Corrientes para detectar talentos. Lo escogieron entre 400 postulantes.


El joven portero, de tan sólo 15 años, era muy tímido, pero cuando pisaba la grande y se revolcaba en la chica se transformaba por completo, porque se divertía y jugaba a ser como sus máximos idolos, Navarro Montoya y Ángel, valga la paradoja, David Comizzo.


Con apenas 15 años y tras varios intentos frustrados en otros clubes, entre ellos: Gimnasia y Esgrima de La Plata, River Plate y Racing Club de Avellaneda, el 17 de Enero de 1999 llegó al club "xeneize".


De la mano del "Virrey" Carlos Bianchi se acercó a la primera división como la joven promesa que venía pisando fuerte detrás de Wilfredo Caballero, pero su gran "explosión" fue en el Sudamericano Sub-20 de Uruguay, cuando todavía ni siquiera había debutado en el equipo de la ribera. Atajó solo 2 partidos en Boca y con mucho tiempo de diferencia entre ellos (2oo3 y 2005).


En el 2006 fue cedido a Talleres de Córdoba, en donde jugó algunos encuentros y fue figura preponderante del conjunto cordobés. El tiempo no le permitió demostrar todo lo que tenía para ofrecer. Quería volver a Boca y poder ya con experiencia y más roce, afianzarse allí, pero ya estaba todo estipulado, había sido elegido, lo precisaban arriba.


Fiel a su tozudo estilo, se resistió a irse y luchó con valor, coraje y paciencia durante un año y medio contra la dañina y dolorosa enfermedad que padecía: Cáncer. Nunca se dio por vencido ni bajó los brazos. Nació para ser arquero y murió para ser un ángel.

Cuenta la historia...que en los días de lluvia, esos en los que hasta al trabajador más incorrompible le cuesta despertarse, esos en los que el cansancio puede mas que el mismísimo sacrificio y en los que cualquiera pagaría lo que fuere por cerrar los ojos sin culpa alguna.
Es en esos días y en ese preciso momento que se abrirá paso por los cielos, entre la niebla y las nubes, con un alegre chamamé de fondo -su música preferida- el guardián de los tres postes, un laburante incansable, quien con la cara embarrada, muy embarrada de tanto entrenar se tomará un buen mate, extenderá una sonrisa cómplice y sencilla, les dará los buenos días y pedirá que le pateen una vez mas la pelota para poder embolsarla y esconderla bajo la palma de su guante izquierdo, donde la ocultará para siempre. Había, hay y habrá una vez un ángel. Un ángel guardián. Un ángel guardián con nombre y apellido: Gustavo Eberto.

"Detrás de un buen equipo, siempre tiene que haber un gran arquero, un pilar donde depositar la confianza cuando la mano viene pesada como anoche ante los uruguayos. Y eso es lo que logró Gustavo Eberto con un par de intervenciones brillantes, especialmente en el primer tiempo, cuando los chicos de Tocalli no hacían pie en el Centenario y los Charrúas amenazaban con golear". ( 17 de Enero de 2003, Sudamericano Sub-20 Uruguay 1 - Argentina 1)


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