¡FELÍZ DÍA DEL PERIODISTA!
Cuando hayas perdido la sinceridad,
Cuando te vuelvas
convencional y claudiques hasta de tus más queridas convicciones…
Cuando te elabores los argumentos para justificar tus miserias y,
además las justifiques…
Cuando sacrifiques la amistad por el poder,
Cuando festejes el humor de los mediocres como la pobre copera lo
hace con sus clientes…
Cuando te acostumbres a juzgar a los demás por la calidad de la
ropa que visten…
Cuando mires con conscupicencia la mujer del amigo que te brinda
la mesa, el techo y hasta el lecho…
Cuando juzgues despreciativamente a un borracho.
Cuando te erijas en juez inflexible de una prostituta.
Cuando te sientas respetuoso de la ley nada más porque pagas tus
impuestos al día…
Cuando te inclines por lo que te conviene y no por lo que
realmente sientas.
Cuando después de tres días consecutivos adviertas que ni una sola
vez levantaste los ojos al cielo.
Cuando digas con la voz impostada del aforista que deben existir
los pobres y los ricos, los triunfadores y los fracasados, los dirigentes y los
dirigidos. Y agregues con la misma impostada presuntuosidad que los pueblos
tienen los gobiernos que se merecen…
Cuando te refieras a la gente y no te sientas incluido en ella.
Cuando pronuncies por primera vez la palabra negro con asco.
Cuando te sientas ufano y orgulloso de ser blanco.
Cuando llegues a gerente y además te sientas gerente.
Cuando a fuerzas de proclamar tus desprejuicios desemboques sin
escrúpulos en el crimen.
Cuando dejes tus tarjetas en los velatorios para que nadie dude de
tu puntualidad…
Cuando entones canciones de protesta porque está de gran moda
cantarlas.
Cuando tus más queridos sueños literarios, cuando la fresca
espontaneidad de tu primer soneto desemboquen en la prosa gris y árida de un
memorándum ejecutivo.
Cuando asistas sin inmutarte a un desalojo.
Cuando proclames ante tus hijos tu brillante carrera de
triunfador…
Cuando dejes de concurrir a los parques.
Cuando dejes de mirarle los ojos a las muchachas.
Cuando ya no te quede la posibilidad de un asombro ni un resto de
candor, ni una lágrima para una pena ni el estremecimiento para un abrazo de
hermano, ni el valor para jugarte en un gesto…
Cuando pierdas la facultad de arrepentirte.
Cuando seas incapaz de perdonar.
Cuando te sientas vacío para querer.
Cuando maquines por primera vez…
Entonces, ¿de qué te servirá el poder, de qué el dinero, de qué
los amoríos fáciles, de qué las frases huecas, de qué tu vida?
Porque, entonces, con solo mirarte ante el espejo comprobarás que
te has transformado en lo que se dice, comúnmente ¡una mierda!
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