
Tema del día: El fity
Intentando silbar alto salí ansioso del jardín, el beso con gusto a tabáco y a merienda de mamá me recibía una vez mas. Era ese el instante que esperaba siempre. Te ibamos a visitar.
Inseparable y comestible amigo de variado gusto, sabor y color. Distinto a todos te parabas inusualmente con tus dos pies sobre la góndola con total suficiencia sabiéndote predilécto.
Soñando fondo de dulce de leche, Frankestein me obligaba a cavar con la cuchara y recorrer su interior por completo.
Si esos tres ojos locos se metían en mi paladar y me hacían sentir vainilla-chocolate felíz o chocolate-vainilla triste.
Tan perfecto tu envase como tu nombre. Cortito y claro para que mis pocos abriles no pudiesen fallar tu pronunciación. -Quiero fity. Nada raro, algo preciso y simpático: fity.
Sabiendo silbar alto y bajo preferí no hacerlo y salí de la facultad, mamá me mandó un te quiero por texto, mi amigo encendió un cigarrillo y lo sentí otra vez. Ahí estaba. En ese mix americana- dulce de lecho que causaron el mimo al alma de mamá y el desagradable humo del adicto muchachón.
Mi mente te volvió a visitar sabiendo que sos un separable, ausente e incomestible amigo y cavó con la cuchara un pequeño surco en mi nostálgico corazón que se llenó de nuevo cuando mi mamá con un gesto que enternecería al mismísimo gargamel y sin saber lo que yo había pensado me dijo: - Te acordas del postrecito que tenía patitas, te encantaba.
En fin, el fity no fue para mí sólo una merienda sino la excusa entre mi mamá, su beso con o sin olor a cigarrillo y yo.