Las llamas de la archirrivalidad ardían en el Maracaná y dos de los equipos "mais queridos do brasil", Flamengo y Vasco, protagonizarían otro memorable clásico tritura gargantas.
Aquel coro al únisono acaparaba toda la atención y provocaba el crecimiento de ese fuego previo al cotejo. Inusual por varios factores: no se trataba de una figura consagrada, ni de una joven promesa de algún club o de la “verdeamarela”. Ni siquiera de la presitgiosa y gran perla negra.
Aquel coro al únisono acaparaba toda la atención y provocaba el crecimiento de ese fuego previo al cotejo. Inusual por varios factores: no se trataba de una figura consagrada, ni de una joven promesa de algún club o de la “verdeamarela”. Ni siquiera de la presitgiosa y gran perla negra.
El griterío, con alaridos desmedidos y aplausos iracundos, fue el improvisado adiós a la única persona capaz de lograr la adhesión popular futbolera siendo ícono en otro deporte. El indicado para poner un freno al espectáculo de la redonda sin sacar el pie del acelerador: Ayrton Senna.
Ese pequeño "de papai" fanático de los kart tomaba el primer papel del casco y descubría su exclusiva posición en la parrilla de largada de aquella carrera por el gusto. Su talento y suerte daban el sí y juraban quedarse tanto en la prosperidad como en la adversidad y se adherían por completo a ese "menino" que comenzaba una estrecha amistad con el uno.
A partir de allí siempre largó primero de cabeza y de alma para poder trasladarlo al resultado que arrojaba la grilla. Su arriesgado célico celestial en la pista y su timidez bajo el monoplaza llenaba de incógnitas el entorno de este misterioso personaje que ya había conquistado el campeonato de la Ford Británica con su dinámica y era observado por Frank Williams, que acabaría siendo su último jefe de equipo.
Iluminado por la velocidad y dominando con una destreza sublime, gracias a los kart, los recorridos bajo lluvia logró encontrar la fórmula del éxito y la fórmula uno...que ya lo esperaba. Se disfrazó de rayo durante el intenso aguacero entre el mar mediterráneo y la riveira francesa que lo catapultó a su primer podio y mostró el fragor de su estruendo durante la inverosímil tormenta en Estoril que le facilitó el gran premio y la comodidad en la máxima categoría.
Pole position en la vida no mermará su rendimiento ni aunque se le adjudique un romance con "la reina de los bajitos", sostendrá con dureza que el segundo es el primero de los perdedores y pecará una vez más en la presteza de su aceleración que le brindará tres alegrías mundiales (1988, 1990 y 1991).
Pastor meteórico bermellón guiará ovejas metalizadas que lo seguirán siempre a la zaga y se rendirán ante el poder de su implacable prédica de la perspicacia. Damon Hill, Alain Prost y Nigel Mansell, sus corderos más rebeldes, lo añorarán y contarán pastores por las noches para poder dormirse.
Se regodeará con un pasaje de la biblia antes de convertirse en el "monster of the rock" del trazado de Donnington Park, hablará con dios en la curva de Eau Rouge en Spa-Francorchamps y le pedirá fuerzas para no perder la calma y propinarle ese puñetazo a Eddie Irivine en Japón, que fue inevitable.
Una vuelta demás en la prueba y una declaración descolocada en Imola, previo al Gran Premio de San Marino explotarán en desconsuelo en plena carrera durante la curva de Tamburello cuando su coche ya esté destrozado, el daño de su cabeza sea irreversible y la bandera en el interior de su auto en homenaje al fallecimiento del austríaco Roland Ratzenberger sirva para secar las lagrimas de una nueva tragedia que se llevaba en menos de siete vueltas al mejor piloto del mundo transformado en poster y mito.
Lo ulterior es historia: un funeral masivo en Morumbi, llantos, por qués, traumas y el habitual egoísmo por la desparición física del astro de los cambios y las cuatro ruedas. Ese espíritu carente de vacilaciones de Senna, incluido el deportivo, se instaló en el joven piloto alemán llamado Michael Schumacher que casualmente venía detras suyo luego del accidente. La naturalidad en los desplazamientos, las posteriores consagraciones y los récords que rompió aquel sigiloso testigo del hecho, lo avalan.
Mientras tanto Beco, como lo apodaba su papá, aprovecha el "face to face" que nunca tuvo con Dios que aún se burla de la frustración de sus rivales y le pregunta al ritmo de las notas de "you` re simply the best" si el mejor piloto con el que se había enfrentado fue Fullerton en kartings o tan sólo lo había dicho para que Prost todavía no pueda dormir.
1 comentario:
Muy bueno mato, me gusto el post. Muy interesante. Igualmente yo me quedo con Tuero cuando corrio al lado de Schumacher.
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