martes, 13 de octubre de 2009

George Best



Cuando realmente algo tiene que suceder, el universo entero conspira para que ocurra. Una gota de agua es capaz de rebalsar tanto un vaso como un océano y toda la parla de la Teoría del Caos puede ser muy espiritual para Edward Lorenz, pero ante situaciones como éstas uno debe rendirse. Y aunque el efecto mariposa compruebe que la causa- efecto se interrelaciona más allá de la simple casualidad y rige desde mecanismos naturales a situaciones de la vida misma, hay quienes se aferran a la creencia, ingenua para algunos, del azar y la sincronización de los hechos. Para otros todo tiene que ver con algo. La discusión sería interminable, pero el objeto es otro.



La muerte de George Best coincidió con la fecha de entrada del decreto que estableció grandes restricciones a la distribución y al consumo de bebidas alcohólicas en Inglaterra; y su madre murió a los cincuenta y cinco años por una enfermedad relacionada también con el alcohol, que fue la herencia natural que no eligió dejarle. El primer partido del Manchester United en Old Trafford posterior a su desaparición fue un partido de Liga contra el West Bromwich Albion, el club contra el que debutó en 1963.



Casualidad, sincronización de los hechos o azar, la realidad es cuanto menos curiosa. La física cuántica y los ancestros filosóficos orientales no funcionaron nunca en la vida de uno de los íconos culturales más populares de su generación y ese es el punto. Porque George Best dejó de beber sólo cuando dormía, porque la superabundancia de champagne y vodka no lo perjudicaban diariamente para ir a entrenar, claro está...en sus sueños. Y en el superávit de licor se halla la contraposición del emblemático ligón. La chabacanería de su narcosis contrastó siempre con su elegancia vistiendo aquella camiseta carmesí del United, a la que le regaló, con su abanico de aptitudes, las ligas del 65, 67´ y la Copa de Europa del 68´.



El antagonismo de su despilfarro nocturno y sus condiciones de player prodigio lo catapultaron fugazmente de una simpatía popular a una encarnizada idolatría. Sugestivo y cautivador, el atractivo barbado se paseó por el amarillista y farandulero Miss mundo del espectáculo jactándose de haber flirteado con cuanta modelo se topó en su asequible camino.
Manchester agradeció la gallardía del "quinto beatle", que beodo de compañías londinenses y onerosos vehículos, decidió habitar su ímpetu en el sudafricano gremio judío de Johannesburgo por un año y regalar imprudencia en Dublin para finalmente desembarcar en la Major League Soccer, y así saciar sus quimeras por Las opulentas Vegas.

El trotanoches sufrió la resaca de Irlanda del Norte y no hubo sotabarba trébol en ningún Mundial ni Eurocopa. Con el karma de su cirrósica herencia a cuestas, el Fulham inglés se llevó al virtuoso miembro del Hall of drink que evidenció en sus botines la última medida de gin.

Ninguna de sus esposas, ni sus innumerables hijos atribuidos lo sacarían de prisión aquella Navidad del 84´, cuando por agredir a un policía, desenfundó su petaca tras las rejas. El ocaso de su antideportiva carrera se ratificó en un embriagado papelón televisivo.



Entre escándalos mediáticos, acusaciones por malos tratos e intentos por ligarse de alguna manera al fútbol se pasó la vida del ex Golden ya no tan boy que terminó asumiendo un compromiso perpetuo con la bebida.
Casualidad, sincronización de los hechos o azar, ese díscolo y avejentado ambidiestro, que supo ser Balón de oro y de "more beer", pidió postrado en el hospital, que le tomaran una foto y que la publiquen titulando: "No mueran como yo".


El mensaje no redime al esquizofrénico astro del libertinaje, ni a la turbiedad de sus impuros actos. Sus insanas excentricidades fueron su elección, su opción. Enajenado estilo, estilo al fin. Elevó un último brindis con el gol, con la noche y con los extremos de la gloria. ¿Cómo murió? Ya saben como vivió.

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