martes, 7 de agosto de 2012

LA DECLARACIÓN




Los espasmos arrancaron cuarenta y cinco minutos antes, cuando empecé las maniobras de distracción. Ninguna sirvió. Suelo temblar, sin pasar frío, cuando juego de Dionisio o algo verdaderamente me da julepe. A muchos le pasa. No soy de los que se esconden durante el carnaval carioca, pero tampoco de los que se abren la camisa y usan vincha-corbata, entre tías enajenadas. A esos insoportables y exagerados tipos los admiro... los respeto. Por corajudos, por sumergirse en la oscuridad del abismo con los ojos abiertos y putear en voz alta. Distante, entonces, de animarme a contestar la pregunta y errar, no resulta ilógico que el protagonismo me genere esa tensión en situaciones in extremis. Sin embargo, los temblores de anoche fueron extrañamente distintos a todos los anteriores y paradójicamente familiares. Asumí la irritante alarma de mi cuerpo como un aviso, comprendiendo lo difícil del asunto. Reconocí  los nuevos (viejos) síntomas, los asimilé y, luego de varios minutos de estampilla, logré identificar mi vieja (nueva) enfermedad. Dentro de mi obtusa y confusa exacerbación secreta,  emparenté finalmente estos ataques espasmódicos con la velada inolvidable que besé a mi única fémina de ensueño. La incertidumbre y la excitación fueron mellizas. Las puntadas nervudas un poco menos agudas, pero con equidad de duda. Aquella noche no jugó Boca, pero como humilde Romeo de mi amada Julieta, gané mi Libertadores. Anoche, Boca perdió y lejos estoy de una partida estratégica con objetivos de objetividad imposibles para un corazón sin Copa. Lejos estoy de arrepertirme de lo que suelto, porque para eso habrá un mañana. Un pesaroso mañana. Lejos estoy de secar lágrimas y creerlas en vano. Lejos estoy de comprender mi Prode errático, el de mi hermano y el de Papá. No lejos por perder...la cabeza, ni el partido, que quede claro. Lejos, geográficamente hablando. Lejos por cercano que parezca. Cerca por el cariño y por el valor de la enseñanza. Porque Boca fue la excusa perfecta y el desenlace una recta señal para comprender lo que, irremediable y naturalmente, me pasa también cuando juegan la Selección o Del Potro. La misma sensación que cuando compito en algo y por todo. Por todo, lo que sea y aunque no valga nada, incluso aunque pague yo. Como cada lunes de Penalty, cuando el frío helado se apodera de mí precalentando y me hago una pizarra de nervios. Ese adictivo frío, esa viciosa y reiterativa adrenalina que emerge en forma de espasmo sudoroso, de miedo pausado y de cita con fémina de ensueño. Prueba cabal de mí enamoramiento y, por sobre todas las cosas, de una auténtica e irrevocable declaración de amor al deporte.

No hay comentarios:

Powered By Blogger