lunes, 27 de agosto de 2012

TENIS YAMPEIN

Sean bienvenidos ustedes al desopilante show del Big Ben, al carnaval de Notthing Hill, que nada tiene que envidiarle a las comparsas de Gualeguaychu. Al tan temido holocausto de las costumbres en la hierba, que finalmente ocurrió. Si bien todo continúa malva, verde y casto en el Cerro Wynnman, el tenis mismo se hartó del protocolo, los señoritos ingleses y su 5 o´clock. Perdura sí, ese aroma a té de medioevo que supo teñir cada civilizado rincón de Merton durante aquellas dos eternas semanas de leyenda. Pero los veteranos saben que es una pantalla sobre césped. Porque fueron nada menos que los jugadores quienes escurrieron, trituraron y esparcieron las hebras del saquito Isabelino en cada court del Wimbledounyng, destrozando tradiciones y firmando un desarrollo moderno que entorpeció All England. La Catedral aún aparenta. Insiste con su tinte eclesiástica y su cultura clásica, pero es un hecho: la casa del tenis se convirtió en una fiesta poco elegante.  
Los invitados, preclasificados con criterio propio e independiente del ránking, se ríen del Lawn Tennis and Croquet Club, de Suzanne Lenglen, de Fred Perry, del “middle Sunday” y del Centre Court, que hoy sufre raqueta por raquítica y no por el bombardeo alemán de la Segunda Guerra Mundial. La zona residencial, el club y las disposiciones normativas siguen siendo impecables. Pero está claro que toda esa infraestructura, incluidas las casi veinte pistas de alfombra verde cortadas al milímetro con la misma medida, los soportes de las redes de madera barnizados y hasta la pulcritud de los árbitros y jueces del certamen, maquillan una realidad súbita, trastornada y, a ésta altura, imposible de omitir.
Los tabloides ingleses, escandalizados, desdibujan con resultados puestos y proezas sin tie break, las formas y los modales de los jugadores, que definitivamente se han perdido. Mientras el ABC detalla la atronadora ovación por el esfuerzo de Mahut e Isner, Miss Azarenka se pone auriculares y baila reggaetón en la previa de su postergado partido al compás del chicle que masca. Los 105 rugidos en decibelios de Sharapova  y la vuvuzela que se tragó Larcher de Brito fastidian a los rivales, a los comentaristas, a los telespectadores y a la elegancia de una celebración en caída libre.
El Dailly News se aferra a la eliminación de Nadal, sin reparar en que el número uno rompe raqueta por set, en un trueque poco afortunado y reiterado cada vez que Nole va bien. ¿Cómo no sumarse al boicot inconsciente? Cuando Miss Williams, una de las más experimentadas, no sólo opta por hacerse un "sartén shower" de aceite de milanganesa y salir a batallar con el pelo engrasado, sino que además lo hace con un microvestido encogido por Nishikori, el tintorero de turno. Tomando a Serena como parámetro, los tatuajes y las pintadas negras bajo los ojos de Bethanie Mattek-Sands son caricias reverenciales. La estadounidense creyó apropiado camuflarse para la guerra púrpura y copó la parada con un look de jugador de fútbol americano, devenido en guerrero espartano listo para disfrutar un recital de Lady Gaga.
Ni hablar de la madre de Andy Murray, su episodio red hot social y las repercusiones inmediáticas. Durante la pasada edición, Judy no tuvo mejor idea que twittear su cachondeo con Feliciano López, a quien llamó Deliciano. Todo esto, claro, mientras su hijo, el número 4 del mundo, se disputaba un pasaje a cuartos de final nada menos que contra su "toy" sexual.

 Como coronación para ésta fiesta de locos asoma la cortesía argenta del "king" Nalbandian, que sólo por pudor a la "queen" prefirió obsequiarle el puntinazo en la tibia al dolape en el torneo previo al cotejo de las vergüenzas y las desventuras, que finalmente alcanzó su climax amoral con el episodio del halcón Rufus. Porque hablando de argento, nada más argento que un robo pavo e inaudito. En este caso, algún vil malandrín se birló al halcón encargado de ahuyentar las palomas de las canchas, con jaula y todo. La compañía dueña del halcón dejó la ventana trasera del vehículo abierta para que el pájaro tuviese ventilación y chau Rufus galáctico.

Así está Wimbly. Suburbio de nobles, donde la nobleza ya no obliga. Obliga el blanco patrocinador que es historia y toalla. Tirar la toalla, perder la ética y ser despedido de un deporte que supo ser escuela de vida. Sean despedidos, entonces, del 125 aniversario del ex templo inmaculado y vayan espaciando la agenda para la invitación 2013 al festival del Church Road, el nuevo ATP de Castelar. Donde los jugadores batallan ilegalmente en la persistente búsqueda de encontrar alguna nueva manera de corromper alguna vieja tradición. Diganle hasta luego al legendario game británico, que se asemeja más a la previa de Tinelli con Charlotte Chantal que a un torneo profesional de tenis.


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