viernes, 24 de julio de 2009

Entre Líneas


"Mil palabras valdrán más que una imágen"

El Juego


I

La galería era gigante. Inmensa. Con pisos de baldosa blancos y negros, dispuestos de tal manera que recordaban un tablero de ajedrez monumental. Sus largos pasillos se extendían en todas las direcciones y ramificaban otros senderos de longitudes desconocidas y formas laberínticas.
La procedencia de la luz era un misterio, pero cubría la totalidad del lugar dándole una luminosidad plena. La amalgama de colores se trenzaba en una incandescencia blanca, cristalina y amarilla. Rara.
Gruesos muros, sin ventanales, la cercaban e impedían observar el exterior, si es que había uno. Porque este lugar además de increíble, era inexistente. Al menos para la creencia y saber humanos. Pero tan real como las supersticiones, las cábalas y los remedios caseros. Una realidad a medias. Una realidad sin comprobación física.
A ella llegaba todo lo que se perdía. Todo lo irrecuperable. Todo lo que no era. Todo lo que dejaba de ser y lo que no fue.
Desde monedas caídas en almohadones de sofás hasta botones de camisas mal cocidos. Desde penales mal pateados hasta billetes de lotería con aciertos nulos. Desde caminos mal seguidos hasta momentos y situaciones irrepetibles. Desde besos arrebatados, inesperados y sin dueño hasta enfermedades sin cura. Desde las respuestas a todas las preguntas hasta las preguntas que jamás tienen respuesta. El lugar: un misterio, si es que era un lugar.

II

Nahuel apagó el televisor. La película había resultado malísima. Los créditos del final le hicieron preguntarse si era necesario involucrar a tanta gente para semejante proyecto bizarro, pero pronto olvidó el asunto y a tientas en la oscuridad se incorporó. El dormitorio era un desastre. Un basural. Las jeringas aún estaban sobre la mesita de luz. Las botellas medio vacías descansaban horizontalmente en el raído piso de parqué. Al pararse, las apartó con el pié y se dirigió al cuarto de baño. Abrió la canilla y mientras se lavaba la cara trató cuidadosamente de no tocarse las heridas. La noche había sido dura. Huir de ese casino con una deuda exorbitante le había dejado consecuencias en todo el cuerpo. Marcas. No había sido una buena idea. Tenía suerte de estar vivo. ¿Lo estaba?. No lo sabía. Las drogas, el alcohol y los juegos; ese cocktail peligroso. Lo hacían dudar.
Por unos segundos se contempló en el espejo. Estaba vivo, aunque la paliza había sido brava. De las peores que había recibido (estaba acostumbrado). Esbozó una sonrisa y se volteó para mirar su habitación. El viejo catre yacía desarreglado, rodeado de revistas y diarios viejos. Revistas de contenido erótico y suplementos de resultados de carreras de caballos. Su lectura de cabecera. Su vida. Su mundo y universo.
Casi tambaleándose regresó al catre, lentamente se acostó y cerró los ojos.

III

La oficina estaba impecable. Recién encerada y limpia. Un escritorio redondo de caoba lombarda se erguía imponente en el centro de ella, mientras que estantes asturianos que iban del piso al techo cubrían las paredes de libros de negocios, contabilidad, finanzas y alguna que otra literatura de género fantástico. Un Monet y un Picasso colgaban respectivamente de las únicas dos paredes desnudas de ese toque bizantino dándole al entorno una bocanada de aire barroco. Una oda al buen gusto. Una acertada combinación de estilos arquitectónicos.
Manuel dejó los papeles que estaba leyendo y se sentó en su mullido sillón de ejecutivo. Utilizando los pies, lo hizo girar hasta que estuvo de frente a la ventana que antes estaba a su espalda. Allá afuera, sobre la Avenida principal, gente de todas las clases corría de un lado para otro en diferentes direcciones. Manuel rió al compararlas con el traqueteo incansable de las hormigas. Para él, las personas no eran más que una colonia de hormigas que dividía su trabajo, tenía relaciones miméticas, comensales, parásitas y mutualistas entre sí. Ese paralelismo minucioso le dio náuseas. Asco. En su comodidad imperturbable y aburrida, nunca podría imaginarse entre ellos. Ni siquiera por un instante. Su nacimiento en cuna de oro, sus cuentas bancarias en diversos países del mundo y su gerencia general lo convertían en un dios, en su propio y único dios. Un dios numérico y cotizado, que carecía de sentimientos y que sumido en una frialdad suprema creció entre la avaricia y la soberbia.
Reclinó su portentoso sillón y entre Venecia y su campo de golf logró dormirse.

IV

La luz lo tumbó. La cabeza le daba vueltas y tenía la garganta seca. Sus adicciones le habían dado sensaciones similares pero esta vez era distinto. Se sentía raro y no recordaba nada de la noche anterior. Estaba en un lugar extraño y perturbador, pero incómodamente familiar. Lenta y sigilosamente comenzó a caminar por lo que parecía un largo pasillo cuya desembocadura se perdía en el mismísimo infinito. Al instante, su avance se vio interrumpido por cercanos y siniestros pasos que sintió desde atrás. Fingiendo seguridad y sabiéndose débil giró para enfrentar a su perseguidor.
El shock paralizó a Manuel. Delante de sus incrédulos ojos había una persona. Sosteniéndole la mirada y dentro de su estupefacción vislumbró en su hiperventilada retina el mismo miedo. La misma sensación de irrealidad estaba abordando a la persona que tenía enfrente: Nahuel.

V

En el extenso pasillo la incredulidad de ambos se mantenía, quizá para siempre. Quizá no. Ya no había otra salida. Nunca la habría o nunca la sabrían. La fosforescencia los elevó...

La galería era gigante. Inmensa. Increíble pero definitiva y científicamente existente para la creencia humana, porque se trató siempre de un juego. Un juego donde sólo se retrocede. Sin turnos, ni instrucciones. Con casillas de baldosa blancas y negras, dispuestas de tal manera que sin duda formaban un tablero de falso ajedrez para compulsivos y frenéticos. Para aquellos a los que sus propias reglas les otorgaron más desventuras que buena fortuna y no quisieron o no supieron verlo. Un retroceso por cada uno de sus excesos. Y mientras Nahuel y Manuel retrocedían rauda y repetidamente, un resplandor enceguecedor fue desvaneciendo sus pesadas piernas. Una luminiscencia plena. Brillante, blanca, cristalina y amarilla. Rara.

2 comentarios:

hecatombe dijo...

ahi te agregue a intercambio de links

saludos
hecatombe

NoTe dijo...

Muy bueno! Saludos!

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