miércoles, 8 de julio de 2009

Prince Naseem Salom Ali Hamed


El encierro lo desconcertó. Jamás imaginó que una sensación tan usual en su vida, como la de sentirse atrapado, lo asfixiaría y lo perturbaría. Le haría perder la razón. Era un encierro diferente. Este no lo dejaría groggy contra un rincón del cuadrilátero, porque estaba sólo. Porque no había cuadrilátero, ni rival. Porque ese cuchitril destartalado como su andar le destapaba la única verdad: estaba preso.

El declive del subyugado príncipe tuvo origen en su única derrota y esa era su aflicción. Esa noche, la cárcel no le molestaba tanto como el fantasma de haber perdido su invicto alguna vez. Su poder le evitaría cumplir la condena por haber atropellado a un peatón con su opulento Mercedes, pero le quitarían y se quitaría la corona de la dignidad. Naseem Hamed seguía en el 2007 y ni insultando a la reina Isabel, como en sus boatos tiempos, podía recuperar su indestructibilidad, su honradez. Su vida.
La existencia del ex prodigioso púgil no aceptaba pastillas y las ojeras del profesionalismo mostraban la fatiga del doceavo round. Al sexto de nueve hermanos lo invadía la fragilidad y pernoctaba una vez más impactado por la crudeza de la antimaterialidad. Por las golosinas vendidas en el kiosco de su padre.
Y éste insomnio no lo dejará deleitarse noqueando argentinos (Sergio Liendo, Remigio Molina y Juan Gerardo Cabrera) y lo mantendrá bien alejado de su propio y aspero punch que con tanta malicia ególatra supo desparramar desde Sheffield al Madison Square. Desvelado, sin artimañas y jorobado de Notre Dame, este astuto Inglés sobrará al destino y no al derrotado de turno que ya no le permite hacer piruetas pre-K.O para coquetear con la TV.
Con lágrimas en sus victoriosos guantes de antología sentirá el vacío de su quietud. En la vigilia no hay rap, ni coreografías. No hay éxito ni Livingston, ni Wembley en su carrera. La trasnoche le cuadra perfecto. El bailarín de las caderas rotas y de los súbitos reflejos ya no driblea con la guardia baja presumiendo su rapaz estilo y sus títulos mundiales (Supergallo CMB, Pluma OMB y FIB).
Ya no se excede y no boxea, tampoco puede dormir. Ni en sueños se permite el tiempista de los invictos disfrutar de esos cinco madrugones boxísticos: Alan Ley, Laureano Ramírez Padilla, Daniel Alicea, Paul Ingle y Remigio Molina. Ni sufre pesadillas con mariachis que le sellan el destino por puntos, porque no puede pegar un ojo. No quiere.
Será entre jadeos utópicos y efímeros, como su fama, que le alzarán la derecha con sus 31 nocauts, con su dance al swing de "Thriller" y con ese touch and go contra cualquier peso pluma que quisiera hacerle cosquillas.
Balbuceará ante al abucheo de 14 mil personas que no verán burla ya en su prodigioso misil teledirigido y todo habrá pasado. Y en esa farfulla de yemen sentirá poco a poco el vértigo de sus párpados. Se dormirá...y será el mexicano Barrera quien lo despertará de un trompazo a su gloria que lo dejará sin Hall of fame, sin ego. Y sin registro de conducir.

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