
"Los adjetivos se gastaron, perdieron efecto. Para idolatrarlo, sobreestimarlo, destrozarlo, envidiarlo...Creía en pocas cosas: en Dios, en esa camiseta de Colón, que un pibe desconocido le escondió en el cajón de su viaje, en su potencia mas fuerte que sus metacarpos, y en su sed sin adjetivos. Por eso escupía, ¿sin motivo?, cuatro veces por minutos".Fragmento extraído del Libro "Narices Chatas" de Enrique Martín.
Su carrera como boxeador comenzó como un gigante, de pie y mirando fijo a los ojos del vencido que apenas tocaba la lona evitaba, esquivaba su mirada para hacerle comprender que todo había terminado. ¿Será porque desde muy chico tuvo que lidiar con una las mas complicada de las peleas: La pobreza, que Monzón se dedicó al pugilismo?. No es certero, pero es probable, ya que abandonó sus estudios en tercer grado para rebuscarselas y llevar dinero a su humilde casa de San Javier, en el barrio de Barranquita, mientras que compañeros de su edad estudiaban o se reunían para jugar. Una infancia de subsistencia, de pobreza y plagada de inconvenientes. Nada de juegos ni juguetes. Todavía no boxeaba y la vida lo golpeaba, y lo volvía a golpear. Estaba perdiendo por puntos.
Para contrarestar la paliza que la vida le estaba propinando, se introdujo de lleno en el mundo del pugilismo, recorrió distintos gimnasios y comenzó a mantenerse, aunque con estilo callejero y por montos irrisorios, haciendo lo que mas le gustaba: boxear.
El destino lo unió con Amílcar Brusa, quien además de convertirse en su entrenador fue su amigo, su confidente y aconsejó a Monzón en todos los planos de su vida. Lo ayudó a conquistar a Zulema Encarnación Torres, uno de los amoríos del “Negro”. Poco tiempo le bastó a Brusa para que esa contundente, categórica, más bien feroz derecha se suba al ring del profesionalismo, había llegado el tiempo de pegar, valga la paradoja, un salto definitorio.
Vivía para entrenar, viajar, pelear y sostener a su familia, tanto es así que realizó 22 maratónicas peleas en 2 años y recorrió siete provincias. Por la continuidad y la intensidad perdió tres combates. Ninguno por nocaut.
Recién el 13 de Septiembre de 1966 logró su segunda meta importante, puesto que la primera era vivir del boxeo y ya la estaba superando con creces, y le arrebató el título argentino de los medianos a Jorge Fernández. Tiempo más tarde el mismo Fernández veía como Monzón le quitaba también la corona sudamericana. A estas alturas ya estaba casado con Mercedes Beatriz García, conocida popularmente como “Pelusa”.
Para contrarestar la paliza que la vida le estaba propinando, se introdujo de lleno en el mundo del pugilismo, recorrió distintos gimnasios y comenzó a mantenerse, aunque con estilo callejero y por montos irrisorios, haciendo lo que mas le gustaba: boxear.
El destino lo unió con Amílcar Brusa, quien además de convertirse en su entrenador fue su amigo, su confidente y aconsejó a Monzón en todos los planos de su vida. Lo ayudó a conquistar a Zulema Encarnación Torres, uno de los amoríos del “Negro”. Poco tiempo le bastó a Brusa para que esa contundente, categórica, más bien feroz derecha se suba al ring del profesionalismo, había llegado el tiempo de pegar, valga la paradoja, un salto definitorio.
Vivía para entrenar, viajar, pelear y sostener a su familia, tanto es así que realizó 22 maratónicas peleas en 2 años y recorrió siete provincias. Por la continuidad y la intensidad perdió tres combates. Ninguno por nocaut.
Recién el 13 de Septiembre de 1966 logró su segunda meta importante, puesto que la primera era vivir del boxeo y ya la estaba superando con creces, y le arrebató el título argentino de los medianos a Jorge Fernández. Tiempo más tarde el mismo Fernández veía como Monzón le quitaba también la corona sudamericana. A estas alturas ya estaba casado con Mercedes Beatriz García, conocida popularmente como “Pelusa”.

Con dos flamantes coronas, ubicándose segundo del ránking mundial y con la ayuda de su nuevo manager “Tito” Lectoure, que le conseguía rivales extranjeros, el argentino soñaba con la corona mundial. Y pronto dejaría de ser un sueño, una fantasía para transformarse en una de las más grandes verdades. Monzón fue, es y será el mejor.
No pudieron frenarlo más, nunca más, luego de aquel 7 de noviembre de 1970, cuando en el Palazzo dello Sport, Roma, se convirtió en el cuarto campeón mundial de la historia del boxeo argentino, tras nockear, con un atroz e hipnotizante derechazo, plagado de recuerdos, de pobreza, de juguetes ausentes, de cultura omitida y de venganza, a Nino Benvenutti.
Recorrió el mundo entero aplastando rivales, representando a la perfección a los argentinos, con guapeza, dignidad y coraje. Dejó al pugilismo nacional en la cima de las cimas, ya que se retiró siendo campeón mundial, luego de catorce defensas consecutivas.
Hacia 1974, en pleno auge boxístico, tuvo un gran romance, que provocó la separación con su esposa, con la actriz y vedette Susana Gimenez, quien fomentó su participación en el cine, ya que le disgustaba la profesión de Monzón. Protagonizaron juntos el film “La Mary.
La vedette se borró, los orígenes no. Conoció a la modelo uruguaya Alicia Muñiz y se enamoró perdidamente.
Hacia 1974, en pleno auge boxístico, tuvo un gran romance, que provocó la separación con su esposa, con la actriz y vedette Susana Gimenez, quien fomentó su participación en el cine, ya que le disgustaba la profesión de Monzón. Protagonizaron juntos el film “La Mary.
La vedette se borró, los orígenes no. Conoció a la modelo uruguaya Alicia Muñiz y se enamoró perdidamente.
Capitulo aparte:
“Domingo 14 de febrero de 1988. Seis y cinco de la mañana. Se escuchan fuertes gritos en una elegante casa del barrio parque La Florida, en Mar del Plata. Un hombre y una mujer se insultan. Después, la caída de un cuerpo desde el balcón. Luego, ruido de vidrios rotos, y la voz de un hombre que pide ayuda.El cuerpo caído es el de Alicia Muñiz, con fracturas múltiples de cráneo. Yace en el suelo, vestida sólo con un slip. El hombre que grita es Carlos Monzón, también caído. Alicia se mató, Alicia se murió, repite. A pocos metros de allí, duerme Maximiliano, de seis años, hijo de la pareja. Monzón fue acusado de homicidio. Luego de una pelea con su mujer, le apretó el cuello hasta que quedó casi inconsciente, y él la tiró por el balcón. Monzón siempre adujo inocencia. La muerte de Alicia fue un accidente, una fatalidad. Yo no la maté, le dijo varios años después a la revista Caras.La Justicia no le creyó. El 3 de julio de 1989, Monzón fue condenado a once años de prisión, acusado de haber asesinado a Alicia Muñiz. El encausado obró con plena conciencia de la criminalidad de su actuar, concluyó el juez Jorge Simón Isacch. Pero el mismo juez consideró que existían atenuantes: Estoy convencido que no mató fríamente; quizá fue potenciado por el alcohol. La modelo uruguaya Alicia Muñiz lo acusó muchas veces. Dijo que él le pegaba, que la humillaba, que la celaba. Cuando no aguantaba más se separaba de Monzón, pero siempre regresaba. Regreso fatal. También regresó ese sábado 13 de febrero”. Fragmento extraído de una nota de Clarín.
Fue condenado a 11 años de prisión por homicidio simple. Cuando se encontraba en la etapa final de su condena, comenzó a gozar de salidas restringidas para trabajar. Porsupuesto en un gimnasio en el que entrenaba a boxeadores amateurs.
Un accidente automovilístico el 8 de enero de 1995, en la provincia de Santa Fe le terminó ganando aquella pelea que lo azotó desde pequeño, la pelea con la vida. Carlos Monzón siendo el as de espadas de un truco tan argentino como él, jugando a ser campeón, jugando como no lo pudo hacer cuando era un borrego y no había un mango. Extendió sus brazos para unir Santa Fe con Roma, San Javier con París y Barranquita con Montecarlo
"El pibe de los astilleros" de Patricio Rey y sus redonditos de ricota
Fue unos meses a Caseros y su "strato" roja
se hizo el torbellino que hoy suena en la radio.
La ceniza no caía desde su cigarro
y estaba en sus ojos desarmándote.
Alquiló una rana rubia, tibia y haragana;
se moría de ganas de matarla.
Una linda damita de Concordia
el más bello fuselaje que jamás lustró.
Le hizo un par de promesas imprudentes
y así fue que de ellas se aburrió.
Las minitas aman los payasos y la pasta de campeón.
El pibe de los astilleros nunca se rendía
tuvo un palacete por un par de días.
Rapiñaba montado a los containers
el maldito amor que tanto miedo da.
Fue por una lluvia que realmente moje(que pusiera fin a su aventura).
Un final feliz para pimpollos allí estaba, al fin, acechándolo.
Ciertos reyes no viajan en camello;ellos andan el tranco del amor.
Esos tipos soplan con el viento, al rebaño y su temor.